En el Perú las posibilidades de la izquierda se han reducido si...
Es inevitable que el mundo avance hacia una nueva Guerra Fría por la disputa de la hegemonía económica del planeta entre China y los Estados Unidos. Para sorpresa de la sociología occidental –sobre todo ante las predicciones de autores alemanes–, China, combinando un sistema de planificación económica desde el centro a las fronteras, y desde allí comerciando con el mundo, se ha convertido en el nuevo gran actor económico del planeta. China es la fábrica y la manufactura del mundo.
Sin embargo, el modelo chino necesita validarse en el tiempo. La planificación en la ex Unión Soviética, igualmente, parecía desarrollar la primacía económica y tecnológica socialista. Sin embargo, sucedió lo inesperado, el derrumbe de la planificación estatal.
Hasta hoy China ha avanzado mezclando la planificación central en el interior y un agresivo comercio exterior que, al parecer, no ha encontrado resistencias, en las últimas décadas, en la globalización mundial controlada por el progresismo. Sin embargo, la continuidad del avance chino depende de exportaciones en puertos, de aranceles y acuerdos comerciales. China es la fábrica del mundo, de las cosas físicas.
Estados Unidos, por el contrario, sigue siendo la máquina tecnológica que produce la mayor riqueza del planeta y en donde se crean empresas que valen más que la suma de todas las empresas físicas, más que todas las petroleras y mineras del mundo. Los mercados de Facebook, X, Microsoft, Uber, Amazon, entre otras, no dependen de puertos y aranceles. Las big techs de los Estados Unidos son las reinas de Occidente y, más allá de las censuras y proteccionismos de algunos países, sus productos y mercados se orientan a los 8,000 millones de consumidores del planeta.
Las cifras de los PBI de China y Estados pueden ser engañosas si ignoramos que las reinas de Occidente son empresas de servicios tecnológicos del siglo XXI (solo el Tik Tok chino se les asemeja). A nuestro entender, en tecnología y economía China está todavía varias décadas atrás de los Estados Unidos, más allá de la propaganda progresista, que pronostica un declive del mayor imperio de Occidente.
Es incuestionable que la hegemonía económica y tecnológica de los Estados Unidos es vástago directo del modelo occidental, nace del vientre de las libertades. Un modelo que está validado en el mundo desde la Ilustración hasta nuestros días. En Occidente se han construido los mayores espacios de libertad de la humanidad en toda la historia universal, se han reconocido los derechos de todas las razas como nunca antes en la historia, se han reconocido todos los derechos de las mujeres y se han construido la más absoluta de las libertades ideológicas y religiosas. Conceptos como sociedad laica, libertad de prensa y de expresión, solo pueden ser definidos como ramas del árbol occidental. En otras culturas y sociedades es extremadamente complicado hablar en estos términos.
Por todas estas consideraciones es necesario reflexionar sobre el también evidente declive de las sociedades occidentales, particularmente de las europeas. En las últimas décadas en las sociedades occidentales se han vivido verdaderas revoluciones culturales –sin el partido único de la revolución cultural comunista– que han cuestionado todas las instituciones y valores que hicieron posible construir los sistemas democráticos en los que se fragmenta y controla el poder, y que también explican el capitalismo occidental. ¿A qué nos referimos?
Las revoluciones culturales en Occidente cuestionan instituciones centrales como la familia, por ejemplo. Es decir, la fuente de la propiedad privada –según el propio Marx– y el mayor contrapeso del poder estatal, porque la familia se encarga de la formación y transmisión de valores de las nuevas generaciones de ciudadanos. Sin el papel central de la familia en Occidente, ni el capitalismo ni el control de los excesos de poder serían posibles.
En este contexto, el Perú no debe renunciar a un pragmatismo constructivo y aprovechar todos los capitales y tecnologías del planeta, siempre y cuando se respete el marco constitucional y el Estado de derecho. Sin embargo, nuestro país tampoco puede renunciar a su pertenencia al hemisferio occidental.
En el Perú, un sector de la derecha y el empresariado pretende sustraerse a esta feroz batalla cultural que se escenifica en las sociedades occidentales y en todos los países en Hispanoamérica, y considera que el camino hacia el capitalismo y el crecimiento es posible ignorando esa batalla. Pero no es así: Perú y Chile, los dos milagros económicos de la región son ejemplos clarísimos del yerro monumental de reducir las cosas solo a los asuntos económicos: ni el crecimiento del PBI, ni la asombrosa reducción de pobreza ni la expansión de las clases medias evitaron la llegada de Pedro Castillo al poder en el Perú ni la convención constituyente y la posterior elección de Gabriel Boric en Chile.
La conclusión es abrumadora: el capitalismo sin batalla cultural en Occidente solo puede ser la antesala del colectivismo. ¿O no?
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