Christian Luján
¿Genocida y dictador?: Dos mitos sobre Alberto Fujimori
Defender la verdad debe de estar más allá de rencillas ideológicas
El pasado 21 de noviembre se cumplieron 25 años del fin del prolongado gobierno de Alberto Fujimori, una figura que todavía despierta encendidas polémicas en nuestro país. La figura de Fujimori es polarizante; su gestión de la crisis de la hiperinflación heredada del primer gobierno de Alan García y su rol en la lucha contra el terrorismo son logros que solo una persona mezquina podría negar. Sin embargo, no es posible eludir los crímenes asociados a violaciones de derechos humanos o la corrupción estatal incubada en el propio aparato del Estado durante su gestión. Aún así, es vital precisar y matizar las acusaciones más graves que ciertos sectores le han atribuido en el discurso público, en particular los relativos a los calificativos de "genocida" y "dictador", rótulos que han sido utilizados con frecuencia sobre todo desde los sectores más recalcitrantes de la izquierda peruana.
El caso del “genocidio” está sujeto a una necesidad de un rigor particular. El concepto, que Rafael Lemkin define y cuyo uso se formaliza en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, alude al exterminio de grupos humanos, planificado y sistemático por motivos de etnia, religión, cultura o nacionalidad. Ejemplos paradigmáticos de esto son el propio Holocausto, el genocidio de Ruanda o el de Armenia. En el Derecho Penal Internacional, el uso indiscriminado de este concepto —como ocurre al aplicar el calificativo a Fujimori por su responsabilidad en crímenes como La Cantuta y Barrios Altos— implica un error de carácter conceptual y una trivialización irresponsable del término. En ese sentido, emplearlo fuera de su marco específico erosiona y pulveriza su valor para condenar verdaderas tragedias históricas como las señaladas líneas arriba.
Sobre la acusación de “dictador", es importante apelar a las precisiones que la ciencia política nos brinda. El uso primigenio del concepto se remonta a la Antigua Roma, cuando el dictador era aquella persona que asumía el poder de manera temporal y legal ante situaciones de emergencias. En tiempos contemporáneos, autores como Juan Linz o Guillermo O’Donnell han señalado diferencias entre las dictaduras cerradas y los regímenes híbridos.
Steven Levitsky y Lucan Way introdujeron el concepto de “autoritarismo competitivo” justamente para describir casos como el de Alberto Fujimori en el que si bien existieron quiebres institucionales y manipulación de las reglas de juego en múltiples momentos, también coexistieron espacios de oposición al régimen y procesos electorales que limitaron de manera parcial el poder del mandatario en cuestión. Por lo tanto, calificar a Fujimori como un “dictador” es un error que refleja un sentimentalismo inmaduro y falta de conocimiento sobre los matices existentes en las ciencias sociales.
En síntesis, podemos decir que señalar de “genocida” o de “dictador” a Alberto Fujimori constituye un error de carácter conceptual, empírico y, además, configura un caso de irresponsabilidad y decadencia intelectual. Y sí, al parecer, estas etiquetas, muy populares en sectores mediáticos superficiales y en grupos de izquierda, responden a intentos “resignificativos”, tácticos, emocionales y burdos más que un análisis serio y riguroso de los hechos y conceptos. Defender la verdad debe de estar más allá de rencillas ideológicas y debe anclarse en la investigación, la verificación de datos y demás tareas relacionadas al quehacer de quienes estudiamos alguna rama de las Ciencias Sociales en favor de aportar conocimiento a la sociedad.
















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