Carlos Adrianzén

Sal que no sala y azúcar que no endulza

Sobre las reformas del estado en Perú y Argentina

Sal que no sala y azúcar que no endulza
Carlos Adrianzén
03 de diciembre del 2025


A cada rato hablamos de la reforma del Estado. Sin embargo, no rara vez, estas implican cambios disímiles y solo resultan experimentos retóricos o irrelevantes, cuando no contraproducentes.

En ámbitos técnicos lo común es definirla con apariencia de precisión. Por ejemplo, en algunos documentos del Banco Mundial se sostiene que abarca cuatro campos. Por un lado, planos políticos y de organización (i.e. fortalecimiento de la democracia, separación de poderes, sistemas electorales et al). Por otro, ajustes fiscales (referidos al presupuesto, impuestos, descentralización o disciplina fiscal). También puede incluir visiones sectoriales (como regulación financiera, industrial, infraestructura) y hasta otros marcos referidos a pensiones, protección social o educación. Visiones proclives a la confusión. 

En los hechos –y particularmente en Iberoamérica, donde en las últimas décadas ninguna nación avanza significativamente en términos de desarrollo económico– las reformas del Estado suelen implicar acciones desenfocadas y/o parciales. Todas –si se requiriese que estas optimicen la institucionalidad estatal de país– resultan iniciativas fracasadas.

Para entender por qué esto es así resulta clave reconocer al menos dos cosas. La primera, que existen reformas con efectos positivos y negativos. Y que estos efectos pueden ser destructivos y persistentes; así como positivos y generadores de desarrollo económico. 

Aquí resulta ilustrativo develar que las desgracias en Venezuela, Corea del Norte o Cuba se construyen sobre justamente reformas del Estado consolidadas, asociadas al fracaso económico rampante. En todas ellas se busca un aparato estatal comunista: (1) omnipresente; (2) sin efectiva separación de poderes y (3) con procedimientos que garantizan la impunidad. En cambio, toda democracia económicamente exitosa dibuja un régimen inclusivo de libre mercado, una clara separación de poderes y estrictas responsabilidades procesales. 

En el ambiente peruano reciente, por ejemplo, asumir que una regla fiscal funcionaría sin una implacable responsabilidad penal, personalmente identificada, implica simplemente un engaña muchachos.

Subrayémoslo: una reforma comunista es una fuente de desgracia social. De atraso y corrupción. Una reforma democrática, en cambio, resulta una condición sine qua non para el desarrollo económico. De estas últimas, nunca hemos tenido alguna. 

De las primeras en contraposición, hemos tenido casi todas la variantes, con etiquetas socialistas y/o mercantilistas. Y de esto último –penosamente–, el grueso de los ideólogos y funcionarios públicos iberoamericanos no se han percatado.

 

Estancados

En estas líneas enfocaremos el caso de dos economías postradas: la de Argentina y la del Perú. Dos naciones que en el pasado reciente han experimentado variopintos intentos de reforma del Estado, antes y después de los noventas. Todos cambiaron casi todo para no cambiar nada, significativamente. 

Por ejemplo, los turbios y corruptísimos episodios de reforma del Estado del peronismo y del velasquismo, y sus afines, no terminan de corregirse, ni de haber consolidado deterioros que aún dañan a estas dos naciones.

La realidad resulta difícil de esconderse. El corto plazo (ver figura I) y el largo plazo (ver figura II) de estos dos países grafican la desgracias generadas por estos cambios institucionales. Con gobiernos que tratan de escapar de los errores justicialistas –en la Argentina– y los de los caviares –en el Perú– en la última década, ambas naciones enfrentan:

  1. Un crecimiento de largo plazo en declive sostenido. Un escenario difícil de revertir por la inercia económica destructiva que los sella; y que nos hace recordar la vieja frase del marqués de Sade: “Nosotros los engañamos… pero dulcemente”.

  2. Que estén situadas en la parte fea de la foto global. Por un lado, el subgrafo de la izquierda ubica el nivel de riqueza (producto por persona) de estas dos economías. Ambas acercándose año tras año al Congo y alejándose de Suecia o Suiza (y hasta de Corea del Sur). Nótese: este hecho estilizado no implica algo coyuntural sino una tendencia sostenida desde los años noventa. Bajo la perspectiva de la gran divergencia de los crecimientos globales, tanto la Argentina cuanto el Perú,se ubican nítidamente en la región de los perdedores. No es casualidad que las discusiones académicas y mediáticas de estos dos países se alegren con –y solo comenten– algunos crecimientos mensuales auspiciosos. Nunca descubren las deplorables tendencias largo placistas que ya nos caracterizan. Simplemente, nos endulzan y nos distraen de aproximar la agenda pendiente.
  3. El subgrafo de la derecha en cambio, solo descubre que estos dos milagros económicos del hemisferio Occidental se acabaron. Que –como máximo– tratamos de flotar por debajo del ritmo de crecimiento de largo plazo de países africanos o asiáticos de performance destacada. Si pues, nos confunden dulcemente. No pocos –y con escaso fundamento– destacan el magro crecimiento económico por persona peruano o la aún incipiente recuperación económica de la Argentina.

¿Pero cuál resultaría el núcleo de esta postración? Pues su deplorable gobernanza estatal. La cosa es evidente, aunque no la queramos ver. Aparatos estatales opresores, incumplidores, ineficaces, ideológicamente cargados con ideas socialistas y mercantilistas y –como el choclito del ceviche– burocráticamente corruptos hasta la médula. Todos consecuencia de reformas del Estado desenfocadas o incompletas, que no reforman nada… para bien.

 

Reformas que no cambian nada… para bien

Cambiar lo estatal para bien implica el reto principal de Javier Milei y también de quien resulte nominado como presidente en el Perú el año próximo (nótese que no escribí electo, por el deplorable estado de la burocracia peruana en la actualidad). 

En español sencillo, la tarea necesaria implica cambiar el rumbo de la nación hacia consolidar un sistema de libertad natural. Un ambiente donde los burócratas no pueden abusar. Algo que nunca hemos vivido, ni argentinos, ni peruanos, pero merece puntualizarse. La labor señalada implica mucho más que reducir el tamaño del Estado. Nos refiere a la última figura de estas líneas. Al uso de un gráfico que trataré de traducir para el lector no familiarizado con analizar gráficos de series temporales. 

La Figura nos recuerda que todos los episodios previos de reforma del Estado en estos dos países nos han hundido. Grafican nuestro alejamiento de Occidente y acercamiento a África. Si usted observa con cuidado el rango –resaltado en plomo para el periodo 1996-2023– los estimados del Banco Mundial sobre nuestros niveles de Cumplimiento de la Ley o Corrupción, por ejemplo-; además de los estimados de Arbitrariedad Regulatoria, Respeto al Orden Público, Eficacia burocrática o Tolerancia a la participación, persistentemente registran valores estables en rangos deplorables.

 

Nuestras recientes reformas del Estado, o han sido parcial e incoherentemente aplicadas o han sido coquetas con la receta cubana. Es decir, con la tarea de consolidar suavemente algo más cercano a un aparato estatal comunista. Ergo, un aparato omnipresente, sin separación de poderes y con procedimientos que garantizaron la impunidad. Bajo estos rangos, la accidentada gobernanza privada local resulta solamente un reflejo. 

Bajo estos estimados resulta difícil crecer y reducir la pobreza a un ritmo sostenido. El declive económico de estas dos naciones no es, pues, casual. O lo que es lo mismo: la izquierda cubanoide triunfó. No tanto como en Cuba, Venezuela o Nicaragua… pero nos han hecho daño. Suavemente.

 

El discreto neo-marxismo iberoamericano

A pesar de que –en la Argentina y en el Perú– hoy necesitamos desesperadamente una reforma del Estado, y que sin ella no hay forma de convertirnos en democracias exitosas, resulta fundamental desconfiar del vocablo. 

En medio de nuestras confusiones pululan las propuestas de reformas desenfocadas. Reformas que visualizan un Estado opresor, procedimientos que básicamente traban y que debilitan groseramente la separación de poderes. Es decir, que empobrecen y corrompen.

Estas hoy son la moda en la prédica de reformas del Estado. De cambios institucionales de corte neo marxista, en los que la sal no sala ni el azúcar endulza. Estas reformas hoy son auspiciadas incluso desde alguna multilateral. Y eso las ubica como una suerte de letra sagrada entre los técnicos gubernamentales de este hemisferio. ¿Alguien se atreverá a quebrar esta moda?

Carlos Adrianzén
03 de diciembre del 2025

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