En el Perú las posibilidades de la izquierda se han reducido si...
Existen múltiples maneras de definir una generación. Allí están los esfuerzos de José Ortega y Gasset para definirlas y, sobre todo, establecer los vínculos sobre cómo se transmite el conocimiento de una generación a otra. Sin embargo, se podría señalar, en términos generales, que una generación es un grupo de personas que comparten experiencias culturales, sociales e históricas que definen su identidad en un arco de tiempo. Hay quienes sostienen que una generación abarca una década y hay quienes señalan que una generación aparece cuando un grupo o un sector refunda una visión general de la sociedad. Definiciones más o definiciones menos, lo cierto es que las dos variables de una generación parecen ser la cultura y la edad.
En este contexto, vale preguntarse si existe una “generación Z”, ahora que un grupo de violentistas ha destruido el Centro Histórico de Lima recordando los peores momentos de la llamada Generación del Bicentenario, que enfrentó virulentamente a las fuerzas del orden y luego de la violencia y las muertes desencadenó la caída del Gobierno constitucional de Manuel Merino.
Según nuestro punto de vista, ni los activistas de la generación del Bicentenario ni los de la generación Z representan las supuestas generaciones que pretenden invocar. De ninguna manera. Por ejemplo, no hay manera de que las vanguardias y fuerzas de choque de la supuesta Generación Z representen a la población demográfica que nació entre 1990 y principios del 2010 y que se podrían definir como nativos digitales. De ninguna manera.
Una de las características de estas apariciones de supuestas generaciones tiene que ver con la voluntad de refundar todo, de revolucionarlo todo, siguiendo el viejo aserto de Manuel González Prada acerca de que los viejos deben ir a la tumba y los jóvenes encargarse de la obra. O también siguiendo el espíritu y la determinación los Guardias Rojos de la Revolución Cultural China, cuando refundaron todo: eliminaban a los profesores conservadores, acababan con quienes cultivaban los valores burgueses e, incluso, denunciaban a sus propios padres por prácticas reaccionarias.
Planteadas las cosas así es evidente que, sobre la base de la crisis política y el espacio público, las apariciones forzadas de generaciones con cierto rebote mediático es una estrategia de la izquierda en todas sus versiones; sobre todo la comunista, y también de las izquierdas progresistas. La estrategia de poder revolucionaria –desde la revolución en Francia hasta nuestros días– siempre ha presentado a la juventud como portadora de “la verdad, del avance intelectual, de la pureza moral”, entre otros atributos. En la revolución francesa, en la revolución bolchevique, en la revolución nazi, en la revolución cubana de los jóvenes barbados, en la revolución polpotiana, en la guerra terrorista de Sendero Luminoso, se pueden encontrar afiches con jóvenes desarrollando movimientos casi gimnásticos que anuncian los mañanas luminosos por venir.
Sin embargo, el discurso de las generaciones revolucionarias, como todos sabemos, solo ha desencadenado genocidios y océanos de sangre, mientras los cementerios se repletaban con millones de cadáveres.
Una de las cosas más audaces de nuestros estrategas criollos es haber bautizado con el nombre de una supuesta generación del Bicentenario a un grupo de violentistas en alusión a la gran “generación del Centenario” (Jorge Basadre, Víctor Raúl Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez y José Carlos Mariátegui) que, más allá de errores y discrepancias, fue una generación verdadera que dejó escuela y legado.
El acceso inmediato a ChatGTP o los buscadores de Google puede llevarnos a la ilusión de que el avance de la sociedad no requiere la sabiduría y la enseñanza de las generaciones anteriores, hasta que los profesores encuentran plagios evidentes, o jóvenes que sin la menor formación aparecen como intelectuales en medio de una noche larga de la sociedad.
En este portal queremos recordar –a propósito de los debates de la revolución en Francia– uno de los intentos magistrales de definir el llamado “contrato social”, del gran filósofo político conservador Edmund Burke: es el pacto entre quienes están vivos con los que están muertos y los que están por nacer. Y efectivamente, en todas las sociedades que han alcanzado los mayores grados de libertad en la historia humana (la república en Roma, Reino Unido y los Estados Unidos) los jóvenes han escuchado a las generaciones previas, han continuado con sus tradiciones pensando en las nuevas generaciones que no habían nacido.
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