Raúl Mendoza Cánepa
Letras muertas
La promoción de la cultura comienza con la sensibilización

Más allá de si el director de la Biblioteca Nacional debe ser un intelectual renacentista que vea más allá de todo, un bibliotecólogo o un simple y desconcertado gestor, hay una interrogante esencial: ¿para qué una biblioteca? Van investigadores, van por trabajo, van por data. No van por Borges, sino por la tarea sobre Borges. Para dirigir una universidad, una biblioteca, un suplemento, un cinematógrafo cultural, es de preferencia la pasión humanista, universalista y renacentista de quien dirige, porque inspirar el amor al saber sirve más que administrar.
Quizás la Biblioteca Nacional, la Casa de la Literatura, el diario oficial y el canal estatal deberían estar interconectados con ese espíritu y tener esa matriz. El peruano promedio ve la cultura como cosa prescindible. Ignora cuánto le aporta y descarta el libro, salvo que sirva para el trabajo. La sensibilidad cultural se cultiva. Las letras sin sensibilidad son solo un vehículo y un vehículo puede ser vetusto, no andar o llevar al abismo.
Las palabras, entiéndase, son las semillas con las que se forma la inteligencia. A más palabras más conexiones y más ideas estructuradas, mayor aproximación a la lógica, más complejidad del pensamiento y más relaciones entre conceptos. Se asume, salvo el genio imaginativo, que un crecimiento del vocabulario llama al desarrollo de la formación de ideas. En un mundo en el que las achoradas redes se han convertido en la charca de la ortografía y el pensamiento chato, nada se hace más urgente que la cultura. La promoción de la cultura comienza con la sensibilización.
Una experiencia interesante es la de los paseos por los sitios literarios de Lima. Hace unos años un joven de la Casa de la Literatura (CASLIT) nos hizo un tour por la Lima literaria. No me sorprendieron los lugares que visitó Reynoso o Bryce, me tienen sin cuidado, sino el amor con el que el guía tomaba y abría los libros viejos que extraía de su alforja, el cuidado con que corría sus páginas y las lecturas sentidas y bien pronunciadas de cada frase. Además, sabía y bien. Me recordaba al profesor aquel que en la secundaria nos leía a Juan Ramón Jiménez con amor; y a mí mismo leyendo para mis hijas los libros de Azorín, llevándolas a explorar la belleza de la semántica, el artificio de la frase, el sonido y la imagen que deviene, por encima de las básicas historias que se cuentan a su edad.
Ya quisiera escuchar a grandes lectores, a los abuelos cuentacuentos de la CASLIT o a recitadores haciéndola en el canal del Estado o en las radios o en las plazas. Quizás sirva para los niños que estudian desde casa, pero ¿cómo capturamos una audiencia cultural mayor? Allí está el problema, cuando antes no se hizo nada.
Complicado reto el de promover conocimiento porque se promueve desde la sensibilización. De solo pensar que el intelectual y polígrafo Marco Aurelio Denegri aportó apasionadamente bastante más a la vida desde el canal estatal que la farándula más burda y elemental; él, ganando mucho menos y siendo visto por tan pocos. En España, uno de los programas que más se ve y más tiempo gana las pantallas es de cultura, de preguntas y respuestas. Deles una mirada a las preferencias en Europa. En el Perú pasamos del Palais Concert de Valdelomar a la Discoteca Cerebro, con gran desfachatez. Lo que sigue está de más decir, porque usted ya lo sabe.
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