Raúl Mendoza Cánepa
Trump, mi wayki, mi hermano
Dina Boluarte vuelve a demostrar que no sabe nada de política
En 1823, James Monroe, ante el congreso americano sentenció: “América para los americanos”. Más de dos siglos después, Donald Trump retoma ese espíritu, no como ideal de cooperación hemisférica sino como un mandato proteccionista para Estados Unidos. Su visión de una derecha nacionalista y mercantilista lo aleja del liberalismo clásico que, desde Adam Smith, defendió el libre mercado y la eliminación de barreras comerciales. Ahora, Trump pregona una política de aranceles agresivos, dejando claro que Estados Unidos no necesita de nadie, pero que todos necesitan de Estados Unidos.
América Latina, mientras tanto, queda atrapada en la contradicción. El entusiasmo por Trump de líderes como Jair Bolsonaro, Javier Milei o Rafael López Aliaga olvida que su proyecto económico no busca engrandecer a ningún país de la región. El presidente argentino, libertario, seguidor de Hayek, podría ser capturado por una disonancia cognitiva (para precisiones lean a Leon Festinger y su A Theory of Cognitive dissonance, porque con China ni a misa.
Dina Boluarte, llama a Estados Unidos "nuestro hermano mayor" y casi, casi, proclama “mi Trump, mi wayki, mi hermano”, con lo que demuestra que no sabe de política exterior y que no ve la dialéctica entre barrera y oportunidad.
Las medidas proteccionistas de Trump, como el incremento de aranceles para exportaciones latinoamericanas, ponen en jaque sectores clave del Perú, especialmente en el agro. De allí la importancia de desarrollar la conectividad vial en el contexto del megapuerto de Chancay con la mira en China. El vínculo comercial con el gigante asiático genera recelo en Washington, aunque resulta paradójico que Estados Unidos nunca se interesó por construir un puerto en nuestro territorio. Ahora, el Perú debe enfrentar la realidad: no es la ideología lo que garantizará su desarrollo, sino el pragmatismo.
En lugar de apostar por una relación desigual con Estados Unidos, el Perú debe mirar hacia mercados que ofrezcan mayores oportunidades. Modernizar la agroexportación y diversificarla para abastecer a China, India, el sudeste asiático y Europa. Pero eso requiere obras de infraestructura estratégica: sistemas de irrigación en la costa, trenes que conecten los Andes con los puertos, una apuesta por energías renovables que hagan nuestras industrias más competitivas, priorizar proyectos que generen un impacto directo en la población, modernizar la carretera Longitudinal de la Sierra, extender el gasoducto de Camisea hacia el sur andino para transformar Puno, Cusco y Apurímac en polos de desarrollo energético y conectar el puerto de Chancay con la sierra central mediante corredores logísticos que impulsen el comercio regional y lo proyecten hacia el mundo.
Nuestra agroexportación necesita modernizarse: cadenas de frío eficientes, certificaciones internacionales. Por eso debemos observar con pragmatismo la inmensidad del mercado chino, donde los consumidores anhelan productos con identidad y valor agregado. No basta con enviar materia prima; el desafío es transformar lo que exportamos, desde cacao hasta quinua, en un símbolo de excelencia que compita en el competitivo paisaje asiático. Así, el libre mercado dejará de ser una abstracción para convertirse en un puente que nos lleve a la prosperidad.
La grandeza del Perú no se construirá al calor de potencias extranjeras que juegan con ventaja, sino con visión, estrategia y confianza en nuestro propio potencial.
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