Eduardo Zapata
La nueva retórica
Permite falsear la realidad y contrabandear ideologías

Vamos a arriesgarnos a que este artículo no se siga leyendo. Porque vamos a hablar un poco de educación, cultura y juventud –y siguiendo los consejos de Ch. Perelman– un productor de palabras, orales o escritas, “para tener éxito en su cometido, debe partir de tesis aceptadas por su auditorio…Si el discurso se dirige a un auditorio no especializado, apelará al sentido común y a principios, valores y loci o ´lugares comunes”. Cosa que –lo veremos– no vamos finalmente a hacer en esta nota.
Como quiera que vamos a hablar de educación, por ejemplo, tendríamos que decir que la educación es siempre buena per se, que ella nos conduce al éxito y a la felicidad, que los maestros son apóstoles del conocimiento, que la educación es la mejor herencia que un padre puede dejar a un hijo. Y otros lugares comunes aceptados habitualmente por las personas.
Específicamente a nivel de nuestras universidades también tendríamos que suscribir que nuestra educación ha mejorado desde la introducción en el quehacer académico de conceptos como docencia universitaria, formulación de clases-modelo, educación personalizada, guiones para los cursos y -¡cómo no!- la ´calidad educativa´.
Y ciertamente todos esos conceptos podrían estar validados si tuviesen un correlato en la realidad. Pero no por ´satisfacer al auditorio´ -como lo sugeriría Perelman- podemos dejar de advertir que en paralelo a la catarata de todos estos bonitos lugares comunes, nuestra escuela –y lo demuestran las pruebas PISA y las pruebas censales anuales del Minedu- solo languidece en su pobreza y la universidad transita por la banalización de cursos, tesis y Grados.
A raíz de la COVID seguro recordaremos el aburrimiento de niños y jóvenes con los programas que pretendían llevar el aula al hogar. Seguro recordamos también el rostro de aburrimiento de niños y jóvenes frente a la educación virtual que se proponía. Y recordaremos que expertos y autoridades educativas nos hablaron de ´recuperar el tiempo perdido´.
Y el tiempo perdido en educación no se recupera. Durante los dos años de COVID gastamos y no invertimos en educación. ¿Qué hubiese pasado si en vez de negar nuestra realidad y de creer que el material virtual se improvisa hubiésemos centralizado nuestra educación en enseñar dos idiomas en esos dos años? Programas excelentes producidos profesionalmente existen. Y tendríamos un país con la ventaja competitiva de contar con alumnos que manejarían ya más de una lengua aparte de la lengua materna.
Si usted ha seguido hasta aquí esta lectura se dará cuenta de lo peligroso que resulta adherir a la nueva retórica a partir de la pasiva suscripción de los llamados ´sentido común, principios, valores y lugares comunes´. Porque haciendo un uso indebido de ello podemos falsear la realidad y contrabandear ideologías. Bajo el pretexto de la palabrita de moda: narrativas.
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