Eduardo Zapata

Los foros y los floros educativos

Hoy los estudiantes peruanos aprendan como los europeos del siglo XIX

Los foros y los floros educativos
Eduardo Zapata
15 de agosto del 2024


Así como en los noventas la sociedad peruana tuvo el coraje y la valentía de aceptar el sinceramiento de nuestra economía, creo que es indispensable que hoy tengamos ese mismo coraje y valentía para propiciar un
shock educativo profundo. No medidas parciales, sino un auténtico sinceramiento educativo.

Un estudiante promedio aprende a leer y escribir eficientemente una segunda lengua en un máximo de tres años. Basta con comprobar que en nuestras escuelas –luego de doce años de enseñanza de lenguaje y matemáticas, columna vertebral de la actual propuesta escolar– los alumnos egresan de las aulas sin saber leer ni escribir en castellano, y sin saber sumar ni restar. El estudiante promedio en el Perú así no tiene armas para enfrentar la vida con productividad. Nuestro sistema educativo hoy solo alcanza para “surfear” esa vida o recursearse. Y esto –es más que obvio– no es para nada suficiente.

Hemos perdido demasiado tiempo por no ser sinceros con nosotros mismos y por carecer de valentía y coraje para el cambio. George Dumezil, en La Herencia Indoeuropea, ya nos advertía: “Los dioses pueden cambiar de nombre y sin embargo seguir siendo semejantes a sí mismos, es decir, asegurar la misma función”. Y temo que tras largos años de declaraciones de principios, amor por la educación y pretendidos cambios, foros, mesas y talleres, convenciones y demás, la admonición de Dumezil –en lo que toca a educación– es más que cierta. Seguimos en lo mismo. Demasiado floro.

Con la idea de que la inversión en educación tiene resultados mediatos –mensurables en dos generaciones– no hemos advertido que estamos en una era electronal, en la que el poder de la tecnología digital puede transformar un país en una generación. Y no podemos pretender que los alumnos de hoy –que ya viven este mundo digital– adquieran lo que Europa tenía en el siglo XIX.

En primer lugar es indispensable recuperar el concepto de que la educación es un proceso comunicativo y no  un simple proceso de emisión de signos sin destinatario. Y comunicación supone precisar quién dice qué para qué y a quiénes. Y, claro está, también el cómo y el cuándo. Pues hoy estamos prescindiendo de las motivaciones, competencias y habilidades de los estudiantes y de la definición de las armas que ellos necesitan para enfrentarse a la vida.

Lo que nos lleva al corazón de la educación: el dice qué y para qué. Es indispensable que se parta de este corazón y se tenga el coraje de plantear una reforma curricular para la educación inicial y básica. ¿Por qué nuestros alumnos no pueden salir de las aulas –en plena era digital– con el suficiente manejo de dos lenguas extranjeras, con dominio sobre la tecnología digital y con habilidades técnicas para el trabajo, por ejemplo?

Por otra parte, ¿por qué a nuestros alumnos no se les enseñan valores básicos para la convivencia civilizada? Me refiero a que hoy en nuestras aulas están ausente los conceptos/valores de propiedad (mío, tuyo, nuestro), trabajo, producción/productividad, dinero y libertad. Debemos tener claro que cuanto más propietario es el individuo respecto a sus ideas, su cuerpo y sus posesiones y cuanto más se optimiza esta propiedad tendremos hombres más libres y ciudadanos más responsables.

Si no definimos este corazón educativo, todas las acciones de selección de profesores y capacitación de los mismos constituirán gasto y no inversión. Lo que obliga a que se acentúe la meritocracia de la ley de la carrera pública magisterial. Con un añadido: hay que abrir las puertas a la educación a los mejores profesionales aun cuando no sean pedagogos. Estos valores debidamente internalizados devienen pronto en prácticas sociales (respeto, no corrupción, emprendimientos…).  

Y en lo que se refiere a gestión hay que reestructurar el ministerio de educación. Desburocratizarlo. Hay allí seguramente buenos profesionales, pero por su propia autoestima no deberían estar dedicados a elaborar informes estériles o tramitar papeles, sino ir a las escuelas, allí donde se les necesita. Psicólogos, sociólogos, administradores y economistas –que hoy alimentan la tramitología y la nada– enriquecerían la escuela pública. Trabajando al lado de los directores, que deben ser empoderados.

Eduardo Zapata
15 de agosto del 2024

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