LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
El progresismo oscurantista y la divinidad
La intolerancia que destila un gesto inexplicable

Ricardo Morán, miembro del jurado del programa “Yo soy”, protagonizó un incidente que merece analizarse a profundidad. Percy Jesús Palacios Chonce, un concursante, se presentó al programa y cuando fue preguntado por su nombre agradeció a Dios. En ese instante fue interrumpido por Morán de una manera chocante, inaceptable, que estoy seguro de que convoca las condenas de los creyentes, agnósticos y ateos de buena voluntad. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que Morán destiló una intolerancia y una falta de respeto que sociológica e históricamente se agrava en el Perú, uno de los países más católicos del planeta. Un país que no se puede explicar sin la influencia del catolicismo a menos que hayamos caído en una densa noche oscurantista.
Por todas estas mínimas consideraciones Morán estaba obligado a ser tolerante, respetuoso, con esa demostración de religiosidad en un concursante que, seguramente, estaba atravesado por los nervios y el miedo. Sin embargo, Morán llevó su oposición a esa presentación hasta el final e, incluso, precisó al concursante que no cultivaban ninguna amistad. Moran seguramente pretendía imitar la dureza de algunos miembros de concursos parecidos en el mundo anglosajón, pero la dureza anglosajona nunca llega a la intolerancia ni deja una sensación de cierto desprecio.
¿Cómo explicar la conducta de Morán? A nuestro entender este tipo de reacciones son muy comunes en los sectores medios de la sociedad, es expresión de la colonización cultural de un wokismo vulgar que algunos aprendieron en ciertas universidades estadounidenses, encarceladas culturalmente por la llamada Escuela de Frankfurt y los neomarxistas franceses. Esos aprendizajes se han vuelto sentidos comunes en las clases medias del país y el desprecio de los temas religiosos, de las creencias en la divinidad, en el Cristo del Nuevo Testamento, se ha convertido en un signo distintivo de cultura, de iluminismo, y de autoridad.
Sin embargo, el wokismo vulgar, incluso, es una interpretación elemental de los filósofos neomarxistas que colonizaron las universidades occidentales. Para los filósofos del marxismo cultural, Aristóteles, Santo Tomás, Kant y Hegel eran gigantes y, como los neomarxistas no eran ignorantes, a veces ellos mismos se sentían pigmeos en sus reflexiones en contra de la metafísica occidental y el intento de matar a Dios, de eliminar lo religioso como los fierros y cementos de las sociedades occidentales.
Aristóteles, el filósofo del racionalismo griego, varios siglos antes de Cristo, llegó a la conclusión de que el ser de las cosas no se podía explicar sin la divinidad y lo llamó un motor inmóvil, un Dios único, la causa primera de todo. Con pura razón, sin fe ni creencias, el filósofo de la antigüedad llegó a esa certeza. La divinidad entonces es una reflexión filosófica exquisita, extremadamente sofisticada.
Más tarde un filósofo de media puntada, Carlos Marx, enfilaría con todo en contra de las tradiciones religiosas cristianas de Occidente como el primer paso para eliminar la propiedad privada y colectivizar la economía. Luego los filósofos neomarxistas consumirían sus días tratando de derribar las fortalezas de Aristóteles y Santo Tomás, pero con un respeto y admiración que solo se registra en sus libros.
Luego vendrían los wokistas, los activistas, los vulgarizadores de la nueva religión del ateísmo, de la razón y, entonces, comenzarían a quemar iglesias y santos como una manera de deconstruir valores. Y enseguida, la creencia de que el ateísmo es cultura se propagó de aquí para allá. Y, en el Perú, nuestros wokistas se creen cultos, iluminados y, entonces, no soportan una expresión de religiosidad y fe.
Es hora de dejar en claro que la ignorancia y la intolerancia están en otro lado.
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