LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Sin batalla cultural no se defiende el capitalismo
Anotaciones sobre el debate con el progresismo y las izquierdas

Un sector del progresismo, otro de liberales de buena voluntad y también “los liberales del Grupo de Puebla” han comenzado a sostener que la batalla cultural es un asunto de ultraderechistas y religiosos extremistas. Para argumentar esta convergencia variopinta señalan que la llamada batalla cultural reduce los temas y debates alrededor de los asuntos de género y las polémicas de las identidades. Otros autoproclamados liberales, más vinculados a las canteras ideológicas de la izquierda, aseveran que el probable fracaso del gradualismo económico de Javier Milei es el anuncio del fracaso de la batalla cultural.
Definir la batalla cultural es un asunto complejo porque es una reacción, una especie de big bang cultural en contra de la hegemonía progresista en Occidente. Abarca los temas de género y los temas religiosos, por supuesto. Pero no se agota allí. Por ejemplo, la deconstrucción de la historia de Occidente ha puesto en el banquillo de los acusados a países como Reino Unido, Francia y a algunos estados de los Estados Unidos por sus vínculos y pasado con el esclavismo. En estas áreas de Occidente ha surgido un sentimiento de culpa tan extendido que ingleses, franceses y sectores de Estados Unidos se han puesto de rodillas ante el progresismo e, incluso, algunos quieren cambiar las fechas de sus fundaciones republicanas para denunciar el pasado esclavista. De esta manera, por ejemplo, Estados Unidos ya no habría sido fundado por Washington, Hamilton y Jefferson, los gigantes del republicanismo, sino por el primer barco esclavista que llegó a Virginia.
Olvidando que el mayor imperio esclavista de la historia moderna fue el imperio mahometano –es decir, un imperio islámico–, estos sectores, de rodillas ante el progresismo, se derrumban frente el avance islámico en Europa y el desarrollo de la manufactura china en el planeta. Se podría decir entonces que la batalla cultural es una reacción frente a este desmoronamiento moral de las élites de Occidente que, al igual que la revolución cultural china, nació y se expandió desde la universidad.
Reducir la batalla cultural a la economía o a un asunto religioso puede ser una estratagema del Grupo de Puebla o un asunto de ignorancia. La batalla cultural es asunto de filosofía, teología, historia, economía, etcétera.
Una de las cosas más simpáticas que puede corresponder a la inocencia intelectual o la estratagema bolivariana es la propuesta de unirnos en la defensa del capitalismo y el crecimiento, descartando o colocando en la orilla contraria a la batalla cultural. Liberales de buena voluntad incluso proponen este atajo. Grave error.
La tesis progresista acerca de que solo el crecimiento económico, el incremento del PBI per cápita y la reducción de pobreza nos aleja de la amenaza antisistema hoy es una falacia. Chile y Perú, los dos milagros económicos de la región, redujeron la pobreza frenéticamente, pero eligieron gobiernos de la izquierda comunista. España, un país desarrollado, está bajo control de un PSOE con ancla en el chavismo latinoamericano. Francia, por el volumen de gasto estatal y crecimiento de impuestos y por la migración islámica que destruye el Estado de derecho, avanza a ser un país tercermundista.
No se puede, entonces, defender el capitalismo y la inversión privada, no se puede ser hayekiano, sin batalla cultural contra la hegemonía progresista. Finalmente, la batalla cultural puede definirse como la defensa de las instituciones y juicios morales que explican la libertad en Occidente, la mayor experiencia de libertad en la historia de la humanidad. ¿O no?
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