Eduardo Zapata
Ordo naturalis y ordo artificialis
El paralelismo entre las leyes que regulan el lenguaje y la economía
A través del largo andar de la humanidad se ha puesto en evidencia que los hechos políticos y económicos se dan siempre en un contexto. Y que, entonces, las políticas públicas no son ajenas a factores psicológicos –individuales y colectivos– así como a factores sociales y culturales. Es más que claro que la predictividad de la concurrencia de estos factores se logra en aquellas sociedades más institucionalizadas. No sujetas por tanto a lo azaroso del azar mismo.
La retórica griega distinguía en el lenguaje dos tipos de discurso, extrapolables al orden social mismo. Ellos nos hablaban del ordo naturalis y del ordo artificialis. Mientras el primero respetaba la propia naturaleza del discurso y su fluir causal y continuo, el segundo introducía elementos ajenos a dicho orden.
Esta distinción nos parece relevante a propósito de las discusiones que tienen las llamadas izquierdas o derechas en torno a las relaciones entre el signo económico y el signo político. Pues parecería que las ideologías suelen usurpar realidades.
Poco se ha reflexionado sobre el tema. Sin embargo, existe una estrecha relación –hendida en la historia y la naturaleza humana– entre las leyes que gobiernan la comunicación lingüística y aquellas que lo hacen respecto al intercambio económico.
En el lenguaje, basta que hablantes y oyentes –vía la convencionalización– se pongan de acuerdo acerca del valor significativo de un elemento lingüístico para que este adquiera legitimidad de circulación. Por arbitrario que fuese en su origen (por qué llamamos sol al sol y luna a la luna), la convergencia entre oferta y demanda informativas de hablante y oyente asegura la comunicación. Ninguna autoridad externa a los intereses de los interlocutores podrá decidir sobre la circulación del elemento lingüístico. Aun cuando dicha autoridad invoque a un rey o al mismísimo Dios.
Pues bien. Adelantábamos que poco se ha reparado en el fenómeno, pero existe un paralelismo diáfano entre esas leyes que regulan la vida del lenguaje y aquellas que regulan el intercambio de bienes y servicios. Son los intereses de ofertantes y demandantes los que, por encima de cualquier injerencia externa, terminan por asegurar la comunicación económica.
Lenguaje y economía, pues, pertenecen a lo que los griegos llamaban ordo naturalis. Y responden a los intereses del encuentro entre oferta y demanda. Política y Estado, en cambio, se sitúan en el ordo artificialis. Pues obedecen a concepciones de la vida y de la historia que los hombres han ido tejiendo a lo largo de ella.
Desconocer esta realidad puede llevar a algunos a pensar que política y Estado pueden expropiar el orden natural de la oferta y la demanda.
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