Raúl Mendoza Cánepa
Ellos
¿Pueden retornar las clases presenciales?

Algunos padres de familia protestan y piden el regreso presencial a clases. Desde luego, se comprende su necesidad, que es una necesidad familiar, afectiva, emocional o práctica, pero no necesariamente lógico racional si calculamos que otra ola llega. Se entiende que los niños y los jóvenes son los más afectados por la pandemia desde un enfoque de continuidad educativa y salud mental. No tienen certezas de futuro, viven de duelo en duelo y, de colmo, son amenazados con el servicio militar; apurándolos en sus opciones, ahogándolos en sus angustias, espaciando sus vacíos. Muchos de ellos no solo han perdido familia y cercanos, no socializan con sus coetáneos, viven en sintonía con los sobresaltos de padres desempleados, precarios y crispados.
Hay tiempos históricos en los que el futuro parece dejar de existir, impresión dramática cuando se ha vivido poco. Es, entonces, inevitable la empatía, pero de qué sirve la empatía sin soluciones, de qué sirve si no existe una política de salud mental infantil y juvenil que generé un sistema de psicólogos interactivos que gestionen sus miedos, desesperanzas, depresiones, adicciones, tensiones e incertidumbres ¿Cómo decirle con cuidado a un joven que culmina la escuela que es hoy más complicado ubicarse en el mundo académico o laboral? He escuchado a jóvenes esperanzados inútilmente en el ¿reconsiderado? ingreso libre a las universidades (que requeriría quintuplicar el alumnado) o angustiados en treparse a lo que sea para evitar eso que en otros tiempos llamaban “la leva”. Tras cuernos, palos. Solo se las ponemos en hard level, qué hay más allá de la escuela, qué expectativas les generan las universidades, especialmente las privadas, sin sistemas de becas integrales que tiendan puentes. Qué sabemos de lo que más temen y más quieren ¿Les has conversado?
¿Cómo puede una familia o un gobierno sembrar esperanza en ellos? ¿Cómo, si es de cotidiano que vean a venezolanos huir de la miseria llanera tal como ellos podrían huir del Perú en unos años? Ellos ven televisión, saben de política, escuchan ¿Mientras tanto qué les damos mientras reclamamos que vuelvan al pupitre? ¿Tiempo? ¿Oídos? ¿Acompañamiento a la enseñanza? ¿Abrazos? ¿Fe? ¿Opciones de futuro? Supongo que la inquietud de algunos padres que antes clamaban por el no regreso a clases es por lo que aquí se expone desde el nervio. Entiendo que no se trata del deseo de sosegar la casa o liberar tareas, pues este es un virus que no terminamos de conocer ni controlar.
León Trahtemberg dice en su página: “A principios del año 2020 los organismos internacionales de salud y educación recomendaban cerrar los colegios. Meses después, cambiaron su posición al punto que ahora 90% de países ya los abrieron como se muestra en el planisferio dinámico de Unesco”. Los porcentajes son nada y los gobiernos también se equivocan, salvo la posibilidad de un retorno muy parcial, voluntario, en patio; y aún con esas, queda la duda porque no es del todo prudente la propuesta de retorno. Ni la modélica Israel se salva hoy de una nueva ola que registra cerca de 10,000 infecciones al día, con un 62% de su población completamente vacunada. Israel era la esperanza del mundo, pero bajó la guardia, tiró las mascarillas y se olvidó de las distancias…así como suelen hacer los niños. Estos también contagian, enferman y tienen la capacidad de empujar la creciente. Se dice que una tercera ola podría comenzar en el Perú durante septiembre, aún más peligrosa si se tiene en cuenta la variante Delta y la temeraria distensión de los peruanos. Centrémonos en ellos, pero observemos primero y hablemos después.
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