Eduardo Zapata
El buenismo
Una forma de complicidad con la corrupción

Creo que poco reparamos en que la ética es un instrumento de cohesión social donde lo “bueno” no es ni más ni menos que hacer las cosas que a uno le toca hacer y hacerlas bien.
La ética, pues, no es asunto de “santidades” frente a lo “demonizado”. Porque ángeles y demonios no están en la tierra. Aun cuando el lenguaje —políticamente al parecer “correcto”— pretenda hacérnoslo creer.
Sin embargo, los casos de “corrupción” que estamos supuestamente descubriendo están reflejando esta ética relativista —y aun de hipocresía social— que divide al mundo entre los químicamente “buenos” y los químicamente “malos”. Donde –más que obvio— los buenos son mis amigos (sociales, políticos o económicos) y los malos mis “enemigos”. Aun cuando no se les haya probado absolutamente nada.
Lo estamos viendo a propósito del caso Lava Jato. Donde la prensa, por ejemplo, se arroga un “poder moral” —por encima de la judicatura— para decirnos quiénes inexorablemente tienen que ser los malos y por eso culpables. Y donde esa misma prensa, ante una medida que toca al amigo “por naturaleza bueno”, empieza a hablar de excesos y arbitrariedades.
No se vacila en manchar honras y exigir justicia para con sus enemigos, aun cuando estos estén de veras lejos del mal o no estén acusados. Como tampoco se vacila en censurar decisiones judiciales acudiendo a argumentos sensibleros como “los hijitos”, su “salud resquebrajada” o las “edades avanzadas”. Obvio, solo si se trata de los “amigos”.
Y frente al doloroso caso de corrupción Lava Jato, es más que claro que en mucha prensa —y algunos periodistas en singular— lo que se antepone es esa ética que hemos llamado relativista e hipócrita socialmente. Cada día pareciese que no estuviesen en búsqueda de la verdad de este nauseabundo drama de la moral pública, sino solo de que “aparezca” el nombre del “enemigo” en cuya desgraciada conducta habremos de cebarnos. Pero que no se vacila en insinuar permanentemente.
Frente al espectáculo mediático, y casi con canchita y cerveza, mucho del público espera también ver aparecer al deshonesto prefabricado. Con la mirada puesta en el televisor y abstraído respecto a si en su vida diaria hace bien las cosas que debe.
El “buenismo”, o sea aquella conducta de aparecer como bueno y sonriente con los amigos y serio y censor ante los enemigos, no es ni por asomo ético. Es simple complicidad con la corrupción.
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