Arturo Valverde
Los hamburgueseros
Todos los caminos nos llevan a sus humildes carritos

Los hamburgueseros han ocupado enhorabuena la ciudad. Delantal, espátula y aplastador de acero inoxidable, el hamburguesero diestro en el arte de cocinar la carne, el huevo y las papas fritas ha hecho de aquel clásico pan dorado de yema más que un pan, un potente bocado.
Todos los caminos nos llevan a sus humildes carritos, donde el hamburguesero trabaja alumbrado por la intensa luz blanca de los focos, mientras los comensales aspiran ese aire caliente con olor a aceite de sartén, que despierta el apetito.
Frente a la universidad, la escuela, el cine, el bar o el prostíbulo, doquiera que uno vaya encuentra al hamburguesero provisto del kétchup, la mayonesa, el ají y la mostaza con que embadurna de colores el pan con hamburguesa que tanto gusta al universitario y al catedrático.
Para el joven universitario, idealista de tripas proletarias, aquel pan redondo relleno de verdes lechugas, amarillentas papas, acartonada carne y poderosas cremas, el pan con hamburguesa es casi un matahambre tras las extensas clases en las aulas. Algún día, no muy lejano, la hamburguesa y el hamburguesero serán la brillante tesis universitaria o el artículo científico de acuciosas revistas indexadas.
No es para menos. El amigo hamburguesero, en ocasiones, es criticado por el apasionado colesterol con que sirve la carne, pero a la larga ha sabido acallar las críticas a punta de panes más grandes.
Al hamburguesero, custodio de una humilde receta arrancada de las páginas de la enciclopedia de los sabores, le debemos las gracias por aplacar nuestra hambre esa noche después de la discoteca en las céntricas calles de la plaza San Martín, cuando solo nos alcanzaba el dinero para un hamburguesón. Demos gracias.
COMENTARIOS