LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
La derecha peruana y la fragmentación política
Más allá de la coyuntura y las campañas progresistas

En Chile, la llamada convención constituyente y el gobierno de Gabriel Boric, de alguna manera, parecen haber echado por la borda cinco décadas de acumulación de las izquierdas bajo el mito de Allende resistiendo en La Moneda, una clara y directa construcción de la inteligencia cubana.
¿Por qué se puede sostener una tesis de este tipo? En las encuestas en el sur los tres candidatos que aparecen en primer lugar de las preferencias pertenecen a la centro derecha en general. Y es que las izquierdas en el sur de América han representado un verdadero desastre que, si bien no lograron cambiar las columnas de los modelos económicos, si han paralizado el crecimiento en Chile, Perú y Colombia.
En el Perú la devastación institucional y económica que dejó el gobierno y el intento fallido de golpe de Pedro Castillo deberían producir un escenario parecido al chileno. Sin embargo, la fragmentación política y la inevitable cruz política que representa otorgar gobernabilidad al gobierno de Dina Boluarte generan enormes interrogantes. A estos hechos hay que sumar los propios yerros del Legislativo y las bancadas que frenaron a Castillo que, con mano propia, han erosionado todas las posibilidades de aprobación en la ciudadanía.
Según la prensa progresista dominante en el Perú los errores acumulados del Congreso y la continuidad del gobierno de Boluarte, en el acto, anulan las posibilidades de la centro derecha. De esta manera, según este razonamiento, el escenario electoral del 2026 se organizará con todos los ingredientes y despropósitos luego del golpe fallido de Castillo. En este contexto, las posibilidades de la izquierda y el progresismo estarían intactas.
A nuestro entender se trata de un relato más que de un análisis. Por ejemplo, el progresismo nacional o la llamada izquierda caviar se convirtió en el primer actor político en el país no solo por su poderoso control de las instituciones del Estado de derecho, sino también por su capacidad de movilización de masas, de convertir a la calle en actor político central de la coyuntura.
Hoy la izquierda progresista pierde el control institucional y se refugia en vigilias nocturnas. Sin embargo, también ha perdido la calle. Desde el inicio del gobierno de Boluarte y la alianza Ejecutivo y Congreso ha intentado desarrollar movilizaciones en Lima y en el sur en busca de reeditar la caída del gobierno constitucional de Manuel Merino. No ha podido.
¿Qué sucede entonces? El golpe fallido de Castillo, de una u otra manera, marca un punto de inflexión en la acumulación de la izquierda en las últimas décadas. Por ejemplo, las provincias y las familias del sur hoy asocian la violencia del golpe fallido de Castillo con la recesión y pobreza que destruyó el turismo. En esa área la izquierda no saca a la calle a nadie, y no sería extraño que el sur peruano termine votando por la centro derecha, como antes lo hacía con el belaundismo y el fujimorismo.
La tragedia de Castillo –es decir, la desgracia de elegir al peor– puede haber cambiado la perspectiva de los peruanos con respecto a la izquierda y el progresismo, así como sucedió con la hiperinflación de los ochenta ante la demagogia y el populismo.
Quizá por eso no haya nadie en la izquierda que asome con posibilidades, más allá de los exagerados temores frente Antauro Humala y Vizcarra. Y quizá todo tenga que ver con la extrema fragmentación de las derechas que –a diferencia de la chilena– no puede aprovechar políticamente la devastación que ha causado la izquierda.
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