El Congreso de la República aprobó por amplia ma...
No obstante que el Perú era una de las promesas latinoamericanas para enfrentar la pandemia del Covid-19 y los efectos recesivos que se iban a desatar –sobre todo, por su posición fiscal y sus variables macroeconómicas– hoy nuestro país es uno de los fracasos más clamorosos en América Latina y el mundo. Con una tasa de contagios que lo ubica como quinto país del planeta con más infecciones –pese a haber desarrollado una de las cuarentenas más severas–, una letalidad que sigue creciendo y una recesión que será una de las más altas en el mundo –no obstante haber destinado cerca del 12% del PBI–, todo es una montaña de yerros y despropósitos. Sin embargo, el país sigue teniendo enormes posibilidades.
El PBI del país en mayo se desplomó en 32.75% en comparación con el mismo mes del año pasado mientras que en abril lo hizo en 40.49%. Vale recordar que en marzo la economía se había contraído en 16%. Los economistas calculan que, con estos resultados, entre enero y mayo la economía ya acumula una caída de más de 17%. De otro lado, el Instituto Peruano de Economía (IPE) informó que en los meses de abril, mayo y junio el empleo en Lima cayó 55.1%; es decir, que alrededor de 2.6 millones de personas perdieron sus empleos. Los resultados de la economía parecen la devastación causada por una guerra convencional.
Si todo dependiera de los burócratas de la administración Vizcarra que –hasta antes del cambio de Gabinete– dirigían los sectores de Salud, Trabajo y PCM, entre otros, hoy el país estaría ingresado una fase de depresión económica, mucho más grave que una recesión por sus efectos en el tiempo y la destrucción del aparato productivo. Sin embargo, el Perú sigue de pie por una sola razón: no obstante la destrucción de parte del aparato productivo por el confinamiento ciego que se aplicó ante la falta de pruebas moleculares y un sistema de salud mínimo (tragedia que continúa en el sur), el país sigue teniendo un sector privado que se ha convertido en el titán que soporta la peruanidad.
Ante el fracaso general del Estado y los burócratas, hablar de que el sector privado es la columna de la peruanidad no es una frase que se la lleva el viento. El 85% de los ingresos del Estado lo provee el sector privado –principalmente 40 grandes corporaciones– a través de los tributos, sobre todo considerando que solo el 40% de la economía y la sociedad tributa regularmente (hasta antes de la pandemia). El resto es informalidad.
En otras palabras, los cerca de US$ 65,000 millones –un tercio del PBI antes de la pandemia– que suelen dilapidar los burócratas en los gobiernos central, regional y local y las empresas públicas, proviene casi exclusivamente del sector privado. ¿De qué otro lugar? Sin embargo, a pesar de esta maciza verdad, el Ejecutivo y el Congreso se embarcaron en una guerra política populista –hasta el cambio de Gabinete– en abierta competencia por aprobar la norma o la ley que debilite con más rapidez al sector privado (propuestas para congelar precios de medicinas, pensiones educativas y obligaciones bancarias, etc). Pero eso no era todo. El ex presidente del Consejo de Ministros, Vicente Zeballos, competía con los sectores colectivistas y comunistas en promover fórmulas populistas y anti inversión. Zeballos, por ejemplo, puede ser considerado el hombre que paró en seco la inversión minera durante la administración Vizcarra.
Nunca sabremos si detrás del pasado Gabinete Zevallos solo hubo una suma de ineficiencias y desconocimiento, o si todo fue adrede. Es decir, si hubo la estrategia de debilitar hasta el extremo al sector privado para luego proceder a plantear estatizaciones ante la quiebra masiva del sector privado. Finalmente, no sabremos la verdad y todo quedará en la especulación. Pero lo que sí sabemos es que el Gabinete Zevallos fue largamente el peor de los últimos 30 años, un extraño equipo que combinó ineficiencia, frivolidad y falta de amor al Perú.
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