Guillermo De Vivanco
La izquierda oligárquica
Rebeldía, ideología y la urgencia de asumir posturas claras

Agustín Laje afirma: “La rebeldía se volvió de derechas, y no podía ser de otra manera. La rebeldía consiste en decir no al sistema establecido. Desde que el sistema hizo del progresismo su dogma oficial, no podía ocurrir otra cosa: la derecha comenzó a despertar su potencia rebelde. Claro que el progresismo y la nueva izquierda siguen posando de rebeldes; están desesperados por no perder ese capital simbólico tan caro a su tradición política. Pero cada vez se les hace más difícil”.
Desde octubre de 1968, cuando voté por primera vez, hasta las elecciones de 2026, habrán pasado 57 años. De ellos, 42 estuvieron dominados por gobiernos de izquierda, incluyendo los últimos 15 de forma ininterrumpida. En ese período, solo hubo dos gestiones de derecha: la de Fujimori y el segundo gobierno de Alan García. Durante esos años, Perú redujo su pobreza en un 40% y creció a tasas muy superiores a las de sus vecinos. El llamado “milagro peruano” ocurrió tras la Constitución de 1993, que fortaleció al sector privado y limitó el rol del Estado a funciones subsidiarias (con excepciones como Petroperú, Sedapal y Corpac).
Tras el desastre de los gobiernos de izquierda, cabe preguntarse: ¿por qué los partidos políticos siguen reacios a declararse de derecha? ¿El éxito les produce culpa? ¿Tiene la izquierda algún país modelo que mostrar? Su base ideológica se apoya en explotar emociones, agravar desigualdades y entregar soberanías nacionales a un globalismo manejado por élites que nadie eligió.
¿Y el centro político? ¿Qué representa hoy? ¿No es, acaso, el refugio de los temerosos, de quienes quieren quedar bien con Dios y con el diablo? ¿Cómo puede alguien mantenerse tibio cuando la izquierda llegó al poder con claros indicios de fraude, y luego se quitó la máscara para abrazar una doctrina maoísta, senderista y violenta? Ya en el poder, nombraron terroristas como ministros, promovieron la toma de minas y derogaron la Ley Agraria que había convertido al país en una potencia exportadora.
La izquierda tiene las manos manchadas de sangre. Los vándalos que murieron intentando tomar aeropuertos, los que buscaron incendiar el Congreso, quienes acorralaron a una patrulla del Ejército hasta obligarla a lanzarse al río, donde sus miembros murieron ahogados... ¿cuántos de esos responsables están procesados? ¿Y los que incendiaron minas, bloquearon carreteras o derribaron torres de alta tensión? Ninguno. Todos ellos son aplaudidos y alentados por una prensa inmoral, por periodistas que hoy actúan como publicistas mercenarios.
La izquierda ha perdido toda autoridad moral. Su sello es la corrupción. No merece espacio político; debe ser enfrentada por lo que es: una organización criminal.
Perú necesita políticos que representen la idiosincrasia de su pueblo. Millones de emprendedores han aprendido a valorar la eficiencia como una herramienta de supervivencia: contratar solo al personal necesario, premiar la productividad y establecer metas claras. Las empresas, grandes o pequeñas, no son agencias de empleo ni botines para ser saqueados. El Estado debería parecerse a ellas: reducir su tamaño, generar riqueza y dejar de obstaculizar al sector privado.
Por último, es imperdonable que en la elección de Castillo, dos millones de limeños no hayan ido a votar. La desidia, la flojera y la falta de civismo casi nos cuestan el país.
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