Francisco de Pierola
¿Tsunami conservador o maretazo de verano?
El combate cultural no debe ir desligado del pragmatismo económico

El triunfo reciente del Partido “Liberal” en Canadá ha generado una pregunta incómoda, pero necesaria: ¿están las políticas proteccionistas de Donald Trump fortaleciendo, paradójicamente, a los líderes de izquierda alrededor del mundo? La respuesta, aunque molesta para muchos de sus seguidores (entre los que me incluyo), parece ser afirmativa. Y conviene explorarla, sin dogmas ni prejuicios, si de verdad queremos construir una derecha que trascienda el corto plazo y no quede atrapada entre el meme de campaña y la traición post-electoral.
Mark Carney, exbanquero central, asumió el liderazgo de los liberales (en realidad progresistas) tras la caída de Trudeau, con una narrativa progresista clásica: multiculturalismo, cambio climático, justicia social y redistribución. Nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, su ascenso en las encuestas no se debió tanto a su carisma o ideas (más bien recicladas), sino al enemigo común que encontró en Washington: Donald Trump.
El nuevo gobierno republicano reactivó el discurso antiestadounidense que tanto alimenta a las izquierdas en Occidente. Desde los aranceles hasta las declaraciones estrafalarias sobre convertir a Canadá en el “estado 51”, todo pareció hecho a medida para inflamar el nacionalismo progresista. Y funcionó. En menos de tres meses, los liberales pasaron de estar 20 puntos abajo a ganar las elecciones. No porque ofrecieran algo distinto, sino porque se posicionaron como el “muro de contención” frente al ogro del sur.
En Australia ocurrió algo similar. El laborista Albanese, que hasta enero estaba en caída libre, resucitó en las encuestas apenas Trump endureció su política comercial y comenzó a presionar por un alineamiento automático en la guerra de Ucrania. Y en el Reino Unido, Keir Starmer aprovechó la reunión con Trump para elevar su perfil internacional y mejorar su narrativa doméstica.
¿Es esto culpa de Trump? No del todo. Pero es consecuencia de un fenómeno predecible: cuando el discurso de un líder conservador se centra exclusivamente en el proteccionismo económico y el nacionalismo comercial, termina alimentando la victimización de sus adversarios ideológicos, que se presentan como defensores de la “dignidad nacional” frente al intervencionismo estadounidense. Tal vez debió primero implementar las políticas económicas proteccionistas y luego golpear al wokismo macabro y pervertido. Las personas se acuerdan más de los finales que de los comienzos.
La paradoja es evidente. Trump ha hecho mucho por la causa conservadora global: ha enfrentado a la cultura woke, ha denunciado la injerencia de los organismos supranacionales y ha puesto límites al globalismo sin patria. Pero en su intento de “proteger” a EE.UU. está generando una reacción en cadena que favorece electoralmente a quienes, en el fondo, representan el mismo progresismo que él combate. El enemigo de mi enemigo no siempre es mi amigo; a veces es simplemente un oportunista.
La pregunta que nos interesa, desde Perú, es aún más punzante: ¿nos pasará lo mismo? ¿Un candidato de derecha que respalde a Trump heredará también sus pasivos geopolíticos? ¿O lograremos construir una narrativa local que tome lo mejor del trumpismo, su coraje cultural, su defensa de la soberanía, sin caer en sus excesos económicos ni en su retórica inflamable?
El riesgo es real. Si mañana un candidato conservador peruano aparece ondeando la bandera MAGA y hablando de cerrar tratados, imponer aranceles o romper con organismos multilaterales, sin un plan económico propio, podría estar regalándole la campaña a algún Carney criollo. Recordemos que la izquierda peruana es mediocre, pero experta en victimizarse. Y nada le sirve más que un adversario que le dé munición.
Por eso es vital que la nueva derecha peruana entienda que el combate cultural no debe ir desligado del pragmatismo económico. Se puede ser firme en valores y principios sin caer en el aislacionismo ni en el proteccionismo ciego. Se puede denunciar al globalismo progresista sin dinamitar los mercados que nos sostienen. Y, sobre todo, se puede mirar a Trump como referente sin copiarlo como libreto.
Tal vez Trump tenga un as bajo la manga. Tal vez sus medidas, que hoy parecen contraproducentes, formen parte de una estrategia mayor que aún no vemos. Sería ideal. Porque si no es así, lo que parecía un tsunami conservador mundial podría convertirse en un simple maretazo de verano. De esos presagiados por el Senamhi que alborotan la orilla, levantan arena por unos minutos… y luego desaparecen, sin dejar huella. Y Perú no está para juegos de espuma.
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