Francisco de Pierola

El guerrillero venerado

Sobre el oscuro pasado político de José Mujica

El guerrillero venerado
Francisco de Pierola
14 de mayo del 2025


Murió José Mujica. Y, como siempre, los guardianes de la corrección política salieron en masa a rendir homenaje no a un presidente, no a un filósofo, no a un estadista, sino a un terrorista confeso. Porque eso fue Mujica: un terrorista. No un romántico con ideales, no un joven rebelde equivocado. Fue un criminal que usó la violencia, la muerte, el secuestro y el robo como herramientas políticas. Y no solo no pagó por ello, sino que murió recibiendo elogios de los mismos medios que lloran a los dictadores rojos y criminales de izquierda: la BBC,
The New York Times y Deutsche Welle, entre otros.

A Mujica no lo absuelve ni su vejez, ni su humildad impostada, ni su modo campechano. Mucho menos lo absuelve el hecho de haber vivido en una chacra, manejado un Volkswagen escarabajo viejo o haber dado discursos melancólicos sobre el amor y la pobreza. Nada de eso borra su pasado criminal. Nada. José Mujica fue miembro del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, una organización terrorista responsable de asesinatos, atentados con explosivos, secuestros y asaltos a mano armada. Participó activamente en varios de esos crímenes. Fue capturado, escapó de la cárcel, y volvió a delinquir. El propio periodista uruguayo Álvaro Alfonso recuerda el caso de Rodolfo Leoncino, un oficial asesinado a sangre fría por los tupamaros en 1969 durante un intento de asalto.

Pero para la izquierda internacional y su maquinaria cultural, eso no importa. Para ellos, lo único que importa es que Mujica “cambió”. ¿Cambió? Lo único que hizo fue disfrazarse de símbolo. Y como buen actor político, se reinventó como ícono de la “austeridad”. Eso bastó para que los progresistas le otorgaran el título de santo laico.

Ocurrió hace 100 años y sigue ocurriendo. En los años 1920 y 1930, comunistas soviéticos utilizaban el término "políticamente incorrecto" para referirse a posturas ideológicas no alineadas con la línea oficial del Partido Comunista, indistintamente de si fueran ciertas o no. En el presente, a ningún medio alineado con la hegemonía cultural le conviene hablar de su pasado porque sería dañar la memoria de una de sus figuras latinoamericanas.

Este fenómeno no es nuevo. En el Perú también tenemos nuestros propios “santos rojos”. Ahí está el caso de Hugo Blanco, otro asesino de izquierda, a quien se le perdonó la cadena perpetua, luego se le liberó y se le permitió actuar en política hasta que se fue a Suecia a vivir sus últimos miserables años acompañado del terrorista Peter Cárdenas. Su vida fue, además, celebrada con “Hugo Blanco, Río Profundo”, una película financiada con el dinero de todos los peruanos donde expresamente hace apología al terrorismo.

La hipocresía es evidente: si un militar combate al terrorismo con fuerza, es juzgado hasta la muerte. Pero si un terrorista mata en nombre del “pueblo”, se le premia. A Mujica no solo se le perdonó. Se le ensalzó. Se le convirtió en ejemplo. Lo invitaron a foros, lo entrevistaron en universidades, lo citaron como ejemplo de liderazgo. Es un insulto a las víctimas. Es una bofetada a la justicia. Es una muestra de cómo la izquierda ha logrado imponer una hegemonía moral en la que la violencia está permitida. Siempre que la ejerzan ellos.

Mujica llamó también a la resistencia en las calles argentinas, ante la “amenaza antidemocrática de Milei”. El mandatario argentino luego sacaría de la pobreza a 10 millones de argentinos y Mujica se fue sin pedirles perdón. Un ejemplo claro de que los líderes de izquierda no quieren sacar a los pobres de la pobreza, los quieren comiendo de sus manos para que sigan votando por ellos. Además, ¿qué autoridad tiene un criminal como él para hablar de democracia? Mujica no defendió la democracia, la atacó. No defendió la libertad, la pisoteó. Y no contento con eso, apoyó a dictadores como Chávez y Maduro, se abrazó con Lula, y apadrinó a figuras del socialismo del siglo XXI, responsables de hundir economías, destruir libertades y exiliar a millones.

Mujica murió sin rendir cuentas. Y ahora, gracias a la complicidad de los medios internacionales, quieren convertir su figura en patrimonio de la humanidad. El mensaje es claro: si matas, robas o dinamitas en nombre del socialismo, estás absuelto. Pero si te atreves a cuestionarlo, eres un retrógrado, un facho, un desalmado.

No hay punto medio con los terroristas. No lo hay con Sendero, no lo hay con el MRTA, no lo hay con las FARC, no lo hay con los Tupamaros. Mujica fue un terrorista. Que haya terminado su vida dando discursos sobre la paz no lo redime. Que haya construido una imagen de humildad no borra su historial de sangre. Y que los medios lo glorifiquen no cambia la verdad. A los líderes se les debe juzgar con la razón, no con la emoción de sus actos finales.

Francisco de Pierola
14 de mayo del 2025

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