La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Administración PPK debe darse un nuevo aire reformista
El desarrollo del Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico (APEC), que reunió a 21 economías y a los mandatarios más poderosos del planeta —entre ellos Barack Obama de Estados Unidos, Vladimir Putin de Rusia, Xi Jinping de China y Shinzo Abe de Japón—, puso al Perú en la vitrina internacional, tal como sucedió con un evento similar en el 2008. También es evidente que relanzó la imagen del gobierno y del propio PPK, quien en su calidad de jefe de Estado, se comportó a la altura de los estadistas mundiales. En la forma y en el contenido de la organización entonces el Perú brilló. Aplausos.
De otro lado la declaración de la Cumbre de APEC representa un poderoso impulso al libre comercio en momentos en que los vientos nacionalistas soplan con fuerza a ambos lados del Atlántico. En este contexto, es casi seguro que la administración PPK recuperará puntos importantes de popularidad, algo que se debería aprovechar para relanzar el gobierno a través de una clara voluntad reformista. La APEC debería servir, pues, para que el Ejecutivo, el Parlamento y el país entiendan que sin reformas no tenemos nada que hacer en los foros del comercio mundial y que, tarde o temprano, el Perú comenzará a retroceder posiciones que nos desubicarán en el nuevo siglo XXI que avanza con revoluciones tecnológicas que sorprenden a los propios líderes de la innovación, como Mark Zuckerberg.
Por ejemplo, no se puede pertenecer a los grandes foros mundiales ni tener protagonismo en las áreas del libre comercio que se organizan en el planeta con el alto nivel de informalidad de la economía. Alrededor del 60% de la producción nacional está con un pie en la formalidad y otro en la informalidad. Ni qué decir de más del 70% de trabajadores que no tienen derechos ni beneficios sociales por una las legislaciones más costosas del planeta. ¿Cómo se puede pensar el libre comercio y el desarrollo con semejante realidad?
Y no vaya creerse que solo se trata de la responsabilidad del Ejecutivo. Cualquier intento de reforma para acabar con la informalidad exige protagonismo real del Legislativo, en medio de las clásicas gritas de la izquierda que pretende mantener el statu quo, con objeto de administrar la crisis y resucitar el estatismo en el 2021.
Se plantea el ejemplo de la informalidad en la economía y lo laboral para revelar la magnitud de los desafíos, si el Perú se decide a emprender reformas. Pero allí también están los déficits institucionales acumulados que impiden predictibilidad en el Poder Judicial y los organismos estatales en general, una situación que nos lanza a los últimos lugares de los rankings que se elaboran internacionalmente. Igualmente están los problemas acumulados en infraestructura, que lentifican el crecimiento e impiden una mayor diversificación de la economía por falta de carreteras, puertos, aeropuertos, energía y conectividad en general.
En cuanto a la reforma de la educación, igualmente, el Perú necesita volver a debatir si está en la ruta correcta, con el sesgo estatista y burocrático que tienen las políticas del Ministerio de Educación en tiempos de “cataclismos” innovadores, que provienen del sector privado y de la sociedad. En la salud, igualmente, necesitamos librar todas las guerras habidas y por haber.
En pocas palabras necesitamos convertir el éxito mundial de APEC en una nueva oportunidad para el país; una oportunidad para que Ejecutivo, Congreso, partidos y sociedad en general asuman la idea de que el Perú no puede continuar creciendo y reduciendo pobreza sin las llamadas reformas de segunda generación. Un camino sin reformas nos lleva a administrar la crisis y, tarde o temprano, el país caerá en la denominada trampa de ingresos medios. En ese momento solo quedará involucionar.
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