Algunos días después de la APEC, poco a poco, el Per&uac...
Una vez más, la izquierda latinoamericana debe enfrentar una terrible paradoja.
El precio del petróleo se ha desplomado en más del 50% y, de una u otra manera, ha movido el tablero geopolítico planetario. Rusia, que se había envalentonado luego de intervenir en Crimea, sufre el impacto de la brutal caída de sus ventas de crudo. Algo parecido sucede en Irán, pero lo relevante para América Latina es la especie de movimiento de placas tectónicas que se avecina en la región con el virtual colapso de Venezuela (95% de exportaciones en petróleo). La economía llanera cayó 3% el 2014 y padece una inflación de alrededor del 70%.
Las economías optimistas de Ecuador y Bolivia también comienzan a “verlas negras”, como se dice, pues más del 50% de los ingresos de ambos países dependen de los hidrocarburos, mientras que Cuba, ícono del “antiimperialismo” en la región, se sienta a conversar con Estados Unidos.
El desplome del precio del petróleo debiera obligar a esos países a ajustarse considerando la realidad, pero sucede que China, una de las grandes beneficiadas con la caída del precio del petróleo, ha decidido financiar las quiebras o los contratiempos de estos países mediante compras adelantadas de producción y otros tipos de inversión, con el fin de ampliar su influencia en la región. Venezuela, Argentina, Ecuador y Bolivia no necesitan ajustarse demasiado porque llega una ayuda inesperada.
En otras palabras, estas economías “petrolizadas” no requieren alejarse de todos los vicios de la llamada “maldición de los recursos naturales” que la izquierda agitó de aquí para allá en toda América Latina en contra de la inversión privada en esos recursos. En estas sociedades no solo se estableció una dependencia casi absoluta del petróleo, sino que avanzó el autoritarismo, la voluntad de perpetuarse en el poder, la exclusión de la oposición y la corrupción generalizada. Es decir, se barrió con la institucionalidad.
La quiebra o los contratiempos en economía obligan a los ajustes y reformas, tal como sucedió en Perú y Chile, por ejemplo. En ese sentido, las llamadas cartas de intención que exigía el FMI para acceder al financiamiento internacional eran mil veces más progresivas para los pueblos de América Latina que las soluciones en la que parecen embarcarse las economías “petrolizadas” de la región.
La diferencia fundamental entre estas economías petroleras y los países de la Alianza del Pacífico no solo reside en el mercado, sino, principalmente, en la democracia. Cuando existe una sociedad abierta, con contrapesos claramente establecidos, la quiebra económica, el fracaso, obliga a reformas estructurales para superar los yerros. De lo contrario, los electores que se empobrecen con la situación sancionan a los gobernantes y a los políticos. Muchas veces la indolencia de los líderes puede llevar a amenazar a la misma democracia.
Una vez más, la izquierda latinoamericana debe enfrentar una terrible paradoja. En su búsqueda de cambiar el modelo capitalista de economía abierta, se opuso a la inversión en recursos naturales arguyendo que semejantes procesos iban evitar la diversificación de las economías. Sin embargo, la caída del precio del petróleo nos está demostrando que las economías menos complejas en la región y que más han sufrido “la maldición de los recursos naturales” pertenecen a esos países donde no existe democracia ni mercado.
COMENTARIOS