La Comisión de Energía y Minas del Congreso acordó...
Una de las potencialidades del Perú, que algunos se niegan a reconocer, es la enorme energía constructiva –como se suele decir– que implica la agroexportación nacional, una energía que puede transformar nuestra sociedad, incluso, el fallido proceso de urbanización de Lima. Una megalópolis que, según todas las proyecciones, debe superar largamente los diez millones de habitantes en los próximos resultados del censo nacional, no obstante que está emplazada entre el océano y el desierto costeño.
El Perú tiene una franja costera que, según diversas proyecciones, le pueden agregar más de un millón de hectáreas a las 250,000 actuales en donde se desarrolla el milagro agroexportador nacional, que ha ubicado al país entre las diez potencias agroexportadoras en frutas y legumbres del planeta. Esas 250,000 hectáreas representan el 5% del total de la superficie agrícola nacional; es decir, un espacio muy pequeño que, sin embargo, ha desencadenado el boom agroexportador.
En el 5% de las tierras agrícolas del país se ha logrado multiplicar las agroexportaciones de US$ 651 millones a más de US$ 12,000 millones en la actualidad, se han captado más de US$ 20,000 millones en inversiones, se han creado más de 1.5 millones de empleos entre directos e indirectos. E igualmente la pobreza ha bajado muy por debajo de la media nacional de 27% de la población. Por ejemplo, en Ica la pobreza está en 6%.
Si eso se ha logrado en 250,000 hectáreas, ¿qué puede suceder en el Perú si logramos agregar un millón de hectáreas más de la costa a la frontera agroexportadora en base a diversos proyectos hídricos? Cualquier proyección se queda corta. Se crearían más de cuatro millones de empleos entre directos e indirectos, se necesitarían alrededor de US$ 60,000 millones en inversiones y la pobreza en las regiones agrarias se reduciría considerablemente. De alguna manera en las zonas agrarias florecería una clase media vinculado al agro que cambiaría el rostro económico y social del Perú: la mayoría de la sociedad estaría conformada por clases medias.
Algo más. Alrededor de las regiones agrarias –por ejemplo, en Majes Siguas– tendrían que surgir ciudades intermedias que atraerían poblaciones de los pequeños poblados de la sierra, desconectados geográficamente, e incluso se produciría una migración inversa desde Lima hasta las ciudades intermedias. El empleo masivo y de calidad vendría de las provincias y no de la capital. Es decir, una verdadera revolución económica y social del Perú.
La agroexportación entonces es una de las grandes columnas del desarrollo nacional. Y si analizamos la permanente innovación científica y tecnológica que se realiza en los fundos modernos de la agroexportación, entonces, no es exagerado sostener que la agroexportación puede ser una fuente permanente de innovación tecnológica y científica del país. Una situación que dispararía la reforma de algunas universidades que tendrían que adecuar carreras y elevar la calidad de sus docentes y planes curriculares para atender la demanda masiva de empleo de los fundos agrarios.
La energía constructiva que puede desatar la consolidación del proyecto agroexportador del Perú, pues, es inconmensurable. Sin embargo, se necesita que las élites comprendan de qué se habla cuando se habla del sueño agroexportador del país. En ese sentido, el Perú necesita consolidar su Estado de derecho para atraer capitales nacionales y extranjeros y producir una revolución capitalista del agro sin precedentes. E igualmente, se requiere entender que el agro necesita un sistema promocional para multiplicar inversiones, reinversiones y generar empleo formal masivo.
Abandonemos entonces esa extraña mezquindad que desarrolló el progresismo consciente a propósito de la aprobación del último sistema promocional para el agro en el Legislativo. ¡Ese tipo de debates no deben volver a suceder en peruanos de buena voluntad que pretendemos el despegue del Perú!
















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