Hablar del cobre en el Perú es hablar de una paradoja. ...
A pocos meses del fin del gobierno de Dina Boluarte el Perú avanza hacia una nueva elección nacional bajo el marco de la Constitución de 1993. Y a pesar del golpe de Martín Vizcarra y el cierre inconstitucional del Legislativo, a pesar del golpe de masas en contra del gobierno constitucional de Manuel Merino, la actual Carta Política avanza a convertirse en una de las más longevas de la historia republicana, al lado de la Constitución de 1860 del siglo XIX.
Sin embargo, vale subrayar algunos temas acerca de la resiliencia institucional del actual modelo republicano. Los relatos y narrativas de la izquierda y del progresismo enfermaron políticamente a la sociedad y el 2021 se eligió a Pedro Castillo, el peor candidato de la historia republicana y el menos preparado. Luego del golpe de Castillo y del eje bolivariano, y la violencia desatada, la resistencia civil y militar frente a la convocatoria de una asamblea constituyente nos comunicaba que el Perú se salvaba de una destrucción que hubiese demandado décadas en la reconstrucción. Allí está el caso de Venezuela como ejemplo inmediato.
A pesar, pues, de haber elegido al peor y al menos preparado el Perú mantiene las columnas generales de su institucionalidad y su modelo económico. No se puede negar que las instituciones están erosionadas de gravedad, que el déficit fiscal avanza a descontrolarse, pero el Ejecutivo, el Congreso, el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, el Banco Central de Reserva y la estabilidad de la economía permanecen. En este contexto, se necesitó un poco de estabilidad –es decir evitar la estrategia destructiva del adelanto electoral del progresismo– para que la economía vuelva a moverse hacia adelante.
En este escenario no es extraño que, a pesar de la fragmentación y la crisis de representación política general del país, los candidatos de la centro derecha encabecen las preferencias electorales en el país. No es arbitrario y si los candidatos de este sector saben aprovechar las circunstancias es posible que el Perú avance hacia una segunda vuelta electoral entre dos actores de la centro derecha. Es una posibilidad en medio de un escenario abierto.
En el Perú hay una sensación general de que la sociedad tocó fondo y que hemos evitado el peor de los abismos. ¿Quién aparece como el responsable de este declive general? Es evidente que Pedro Castillo y las izquierdas. Igualmente, ¿se explicaría la victoria de Castillo sin el respaldo del bloque del progresismo, del llamado caviaraje? Es evidente que no. La mejor prueba de esta tesis es que luego del golpe de Castillo las provincias del sur no han marchado ni han respondido una sola convocatoria de las izquierdas y, más allá de la violencia juvenil de la llamada generación Z –alimentada por la errada decisión del Ejecutivo de promover el octavo retiro–, las izquierdas no representan a nadie y no tienen convocatoria.
En un escenario de este tipo parece muy difícil que más del 50% del electorado que no respalda ninguna opción electoral –porcentaje registrado en algunas encuestas– y que se identifica en contra de todo lo existente vaya a terminar decantándose por una fórmula de la izquierda o una propuesta antisistema.
En este extraño territorio de la política, pues, las candidaturas de la centro derecha tienen enormes posibilidades si se ubican correctamente a los enemigos y los obstáculos a los cuales el electorado debe rechazar: la propuesta antisistema, la estatización de la economía, el modelo que crea una tragedia en Venezuela, la economía que se derrumba en Bolivia. Imágenes y percepciones fuertes que revelan que las izquierdas en todas sus versiones carecen de una propuesta económica.
El Perú, como se dice, ya votó con los pies cuando eligió a Castillo. Ya votó con los pies dejándose influenciar por la izquierda progresista. Y al votar con los pies, más allá de la justeza o no de la percepción –la involución se había iniciado mucho antes– empezó el declive general de un país que era un milagro económico reconocido mundialmente.
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