Seguimos desconcertados

El Perú es un país complejo, con multiplicidad de culturas y lenguas que subsisten al interior de un mismo espacio geográfico. En suma, grupos humanos con aspiraciones y metas muchas veces contrapuestas pero con una misión en común: reconocer y valorar el aporte de su diversidad mediante el fomento de la interculturalidad. Un proceso que enriquece y contrarresta a quienes resultan actores de fuerzas centrífugas que buscan la dispersión y el quiebre del Estado nacional mediante el envilecimiento moral de la ciudadanía.

Aquellos que proponen la exclusión como un instrumento de su actividad política, olvidan que su eventual contraparte tiene igual derecho a desarrollarse. El fomento del discurso de la negación es el anuncio de la desintegración futura; y por eso equivocadamente se promueven espacios de confrontación, en vez de construir escenarios de encuentro, de diálogo, para hallar beneficios que satisfagan a los eventuales contendores. La historia registra innumerables acontecimientos en los que la voluntad y liderazgo es ejercido de manera positiva, superando aquello que desune para abrir el abanico de oportunidades que existen al otro lado del conflicto.

Todas las culturas que habitan al interior del espacio geográfico y jurídico denominado Perú tienen vocación por la expansión. Y es por ese motivo que se entrelazan con otros grupos humanos y deciden incorporar como suyo aquello que les resulta más ventajoso. Este fenómeno es el escenario de la interculturalidad, del relacionamiento social, del intercambio de bienes y servicios, en el que se generan oportunidades económicas y aprendizajes mutuos. 

Si un país dispone de algún tipo de recurso en abundancia, la decisión de sus líderes debería ser aprovecharlos para financiar su desarrollo y la generación de bienestar. Por el contrario, mantener una conducta dubitativa o abstenerse de ejercer la autoridad hace que quienes no creen en la inversión ni en el trabajo digno –tampoco en la democracia ni en sus usos y costumbres– se ufanen y comuniquen a la ciudadanía un fantasmagórico triunfo.

Jactarse de organizar una paralización en contra del desarrollo de un proyecto minero u otro, y al mismo tiempo vulnerar el libre tránsito –consagrado en la Constitución– para imponer por la fuerza una confiscación de facto, es un hecho reñido con la moral y la ley. Sobre todo porque quienes lo hacen son conscientes de que están apropiándose de algo que no les corresponde, por haber sido agenciado mediante el empleo de la violencia y la aplicación de la extorsión. Dicen representar al pueblo, pero la verdad es que el pueblo rechaza la violencia por ser un delito. En cambio, la ciudadanía sí respalda la generación de oportunidades para crecer y desarrollarse. 

Por otro lado, tenemos a quienes se aprovechan de un acontecimiento para lucrar y conforman piquetes, portan palos y piedras para incentivar “el espíritu solidario” de los transportistas para con su protesta. El Perú, afortunadamente, dispone en abundancia de recursos minerales que representan oportunidades para el desarrollo, la generación de riqueza y su inversión para consolidar otras actividades económicas. Por ejemplo, en el distrito de Cocachacra –provincia de Islay, región Arequipa– se encuentran enterrados ingentes recursos minerales de cobre que, puestos en valor, permitirán contar con recursos económicos suficientes para atraer, a su vez, mayores inversiones.

¡Cómo estará de desconcertada la dirigencia antiminera, opuesta al desarrollo del proyecto de cobre Tía María, que en vez de impulsar el diálogo para garantizar el relanzamiento del agro en el Valle de Tambo, prefiere atacar el proyecto y dejar de proponer mecanismos orientados a la consolidación del agro local! 

La abstención y la omisión, así como la negación y el envilecimiento configuran el escenario del desconcierto.