Eduardo Zapata

¡Que no panda el cúnico!

¡Que no panda el cúnico!
Eduardo Zapata
07 de mayo del 2015

De pronto nuevas escrituras e infinidad de autores con libertades creativas desbordadas.   

En tiempos de la escribalidad –donde el libro era el epítome y sustento único del sistema cultural- la originalidad y la innovación en la lengua escrita eran potestad de pocos. De aquellos que con tiempo, dedicación y talento lograban (y logran) el grado sumo de la escritura de aquellos tiempos.

No era fácil –por cierto- alcanzar este grado sumo. Porque a los factores mencionados se unían la dificultad y el reto constituido por tener que alcanzar plenitud lingüística sobre la base del manejo de un solo código: aquel del mundo excluyente y exclusivo de la palabra escrita.

Vieja herencia de nuestra cultura, por lo demás. Pocos tenían la posibilidad de acceder al Olimpo escribal. Donde dioses, musas y demonios alentaban la libertad de crear. De expresar, representar y apelar de modo único y mediante artificios verbales. Todo ello rayante –por qué no decirlo- en el mercantilismo cultural.

Una clara línea divisoria separaba al emisor –libre de trabajar el código de la palabra escrita a su antojo- del anónimo consumidor, privado del acceso a la emisión y de estas libertades en la escritura.

De pronto nos encontramos con nuevas escrituras en las pantallas y con infinidad de autores y con libertades creativas desbordadas. Por cierto, unas más felices que otras. Pero todas con la posibilidad de ser libres en la expresión, representación y apelación. Que habían sido circunscritas a la palabra hablada y neutralizadas en la escritura de los más.

Algunos han pretendido llamar a la electronalidad –sí, al nuevo mundo que se configura con la escritura digital- “literacidad digital”. Como si solo se tratase de una prolongación de mundos anteriores. Como si las computadoras solo fuesen máquinas de escribir más rápidas. Como si el mundo –y el propio cerebro de los hablantes, lo dicen las neurociencias- no estuviese cambiando.

Porque no solo los viejos y pasivos consumidores se han convertido en emisores. Sino que tienen a su alcance –con la escritura electronal- una serie de recursos de códigos concurrentes (fotos, textos, música, videos…) que les permiten dar rienda suelta a una libertad que les era negada. En la lengua escrita canónica, pero también en el habla cotidiana. Condicionada por el canon de “hablar como se escribe”.

Las censuras hacia las nuevas escrituras no han tardado en aparecer y parecen –por momentos- hasta apocalípticas e irracionales. Pareciese que no queremos entender que –como lo dice Umberto Eco- “Toda modificación de los instrumentos culturales en la historia de la humanidad se presenta como una profunda puesta en crisis del modelo cultural precedente y no manifiesta su alcance real si no se considera que los nuevos instrumentos operarán en el contexto de una humanidad profundamente modificada…” . Pareciese –en fin- que no entendemos a plenitud que la escritura electronal significa un paso más en la democratización de la libertad humana.

Quienes creen firmemente en la libertad deberían estar más que contentos. Porque de por medio no solo está la escritura, sino la construcción de sociedades abiertas.

 

Por Eduardo Zapata Saldaña
07 - May - 2015  

Eduardo Zapata
07 de mayo del 2015

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