Hugo Neira

Retrato de Bolognesi por Sáenz Peña

Se conocieron en Tarapacá y compartieron la zozobra de Arica

Retrato de Bolognesi por Sáenz Peña
Hugo Neira
07 de julio del 2025


Fue Roque Sáenz Peña (1951-194) un egregio argentino que combatiera por libre y generosa elección al lado del invadido Perú, testimoniando así la repulsa y el asombro de la opinión ilustrada de América ante el crimen fratricida y la monstruosidad jurídica que significaba la guerra del
guano y del salitre, cuando aún no se había apagado el rumor de los bombardeos de Valparaíso y El Callao por una flota española, y el espíritu de unidad continental —sin el cual no habría sido posible la Independencia— no estaba del todo muerto. En la hora de los nacionalismos estrechos y estériles, hombres como Sarmiento o Roque Sáenz Peña encarnaron el ideal de unidad de nuestros pueblos, para horror y menoscabo de los apetitos financieros que habían calculado un rápido desarrollo a costa de la riqueza natural ajena.

¿Cómo vio Sáenz Peña a Bolognesi? Le conoció en Tarapacá, pero más íntimamente, en la vida común que la zozobra de Arica les obligó a compartir. Este Bolognesi que nos delinea Sáenz Peña, es ya el definitivo. Estos son, pues, los días y las horas del sitio de Arica. “Era un hombre de pequeña estatura”, dice Roque Sáenz Peña por Bolognesi. “Había lentitud y dureza en sus movimientos como los había en su fisonomía; la voz era clara y entera; los años y los pesares habían plateado los cabellos, y la barba redonda y abundante destacaba sobre la tez bronceada de su rostro enérgico y viril”. A Sáenz Peña también debemos juicios certeros sobre el espartano carácter del comandante del Morro: “sus vistas no eran vastas” —admite— “su inteligencia, inculta; carencia de preparación”, y agrega “pero tenía la percepción clara de las cosas y de los sucesos, la experiencia de los años y la malicia que desarrolla en la vida inquieta de los campamentos, había dado a su espíritu cierta agilidad de percepción”. Más adelante, destacando el imperioso orden que Bolognesi imprimía a sus acciones, lo ve como un ordenancista implacable, “capaz de desdeñar la victoria si no era conquistada por los preceptos de la ley militar, prefería la derrota en la estrategia y la ordenanza, al triunfo en la inspiración o el acaso”. En vista de que esta severa sumisión a las reglas era justamente lo que escaseaba en nuestro ejército y en el hábito de nuestra gente, la semblanza de Sáenz Peña deviene en elogio.

No era Bolognesi hombre afecto a las vanidades teorizantes ni a los sueños de utopía social en el que se agotó el peruano del siglo XIX, persiguiendo vanas panaceas en el federalismo, el liberalismo, el doctrinarismo, etc. “En la política interna se había limitado a resistir las hostilidades que el partido carlista llevaba al campo del ejército”, dice Sáenz Peña. “Nacido bajo un gobierno centralista, no conocía otro régimen que el unitario y escuchaba con desdén profundo los problemas que se planteaba Buendía en sus largas discusiones sobre el Gobierno Federal”. Fue el suyo un “patriotismo prudente” basado en el “culto de los hechos”, tal y como lo habría de solicitar en 1907 Francisco García Calderón en Le Pérou Contemporain

Alguna vez pudo apreciar Sáenz Peña cuán lejos iba Bolognesi en su laconismo y su respeto por los demás. Se comentaba una batalla y se proponían una y otra táctica que hubiese podido enderezar la acción. Inquirido Bolognesi, contestó: “nunca opino sobre batallas”. Como insistieran y dado que el tema giraba sobre si debía o no tomar una posición en donde había agua para abastecer a la tropa, contestó entonces: “no pude pensar eso porque entonces no tenía sed”. Esta reserva y circunspección le valieron la confianza total de sus lugartenientes, sabiendo que se hallaban frente a un hombre de una sola pieza. “En la hora doliente del sacrificio, era Bolognesi como un alma suspendida sobre el alma de su ejército”, ha escrito Sáenz Peña. Bolognesi concentra, pues, una energía y un carácter que parecen por momentos ausentes en la idiosincrasia nacional. Nada más alucinante que comparar estas sobrias y equilibradas con las fórmulas con las que García Calderón definió el carácter peruano, en ese libro admirable al cual me referí líneas arriba y que aún no se conoce bien en nuestras universidades y colegios. 

“El culto a la apariencia y la debilidad de los caracteres”. Señalaba G. Calderón. “La imaginación ligera y brillante, la asimilación rápida y fácil”. Indicaba, además, “el divorcio entre la voluntad débil y el pensamiento brillante, entre lo que se desea y lo que se hace, entre el ideal y la vida”. “Un idealismo generoso, superficial, verbal” incapaz de sujetar la realidad con obras es otro de los rasgos saltantes de nuestro temperamento colectivo. “De todo esto —decía Francisco García Calderón en fórmulas definitivas cuyo vigor continúa fresco— se deriva algo de ilógico y de imprevisto en la vida nacional, es a la vez una improvisación audaz, un impulso temerario, un desorden real bajo un orden aparente; una marcha sin meta consciente; sin propósito definido, sin plan de futuro, un poco al azar, como si la nacionalidad debiese aparecer dentro de un siglo”.

Comparada con esta síntesis deprimente de nuestro carácter, el temple de Bolognesi se agiganta porque además de retar a la muerte y vencerla por su sacrificio pleno de sentido, tuvo el coraje de ser distinto.

 

Fragmento del ensayo “Francisco Bolognesi”, por Hugo Neira Samanez, publicado en Lima en 1987, y reeditado en Biblioteca Hombres del Perú, colección dirigida por Hernán Alva Orlandini, Fondo Editorial PUCP & Editorial Universitaria, Lima, 2003, pp. 569-571.

Hugo Neira
07 de julio del 2025

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