Guillermo Vidalón
Poder hegemónico y discurso igualitarista
Proponen condiciones que hacen inviable los proyectos mineros

La máxima expresión del poder monopólico es aquel que destruye el principio democrático de la separación de poderes mediante el cual el Ejecutivo, el Legislativo y el sistema de justicia se autorregulan. Por eso es importante conocer la verdad, develar los actos de corrupción y aquellos que resultan poco transparentes. ¿Qué enturbia el prestigio de una entidad independiente? El direccionamiento político y el trato privilegiado que reciben unos respecto de otros, más allá de la veracidad de las imputaciones y de las responsabilidades que se determinen en última instancia. Si la intención de quienes están encumbrados en el poder político es cerrarle el paso a cualquier otra opción, lo cierto es que estamos frente a quienes creen que el control monopólico del Estado es la alternativa. En consecuencia, estaríamos ante una simulación de separación de poderes, y no ante quienes creen en el sistema democrático por convicción.
¿Cuál es el gran riesgo? Que los operadores del poder monopólico avancen desde el Estado hacia otras esferas del poder, como pudiese ser la económica. Cuando uno tiene un objetivo y no lo hace explícito surgen dos opciones: la primera, temor a generarse una vulnerabilidad; la segunda, orientar sus actos en función a una estrategia, y por eso dar pasos tácticos para conseguir lo que desea. Latinoamérica ha tenido entre sus gobernantes a varios personajes que emplearon el sistema democrático para llegar al poder y que, una vez en él, generaron cambios legislativos para proseguir gobernando de manera indefinida. ¿Convicción en la alternancia democrática y en la separación de poderes? Definitivamente no.
¿Qué garantiza la separación de poderes? Que el poder económico no se encuentre centralizado en una única mano. Si existen varios actores en juego se estimula la competencia y, por lo tanto, una cultura de superación, de promoción de la innovación, todo ello resulta positivo para el conjunto de la sociedad. Sin estímulos adecuados la creatividad se inhibe. ¿Por qué alguien habría de esforzarse más que otros si al final el beneficio que obtenga será similar al de quienes no realizaron ese trabajo?
Las personas son diferentes y actúan en función a sus talentos. Un músico preferirá perfeccionar su destreza, como un cocinero la suya; ambos pueden alcanzar niveles relevantes en sus actividades y ambos también se complementan. El músico podrá disfrutar de una buena comida, como el cocinero escuchar una brillante interpretación musical; siempre que ambos hayan dedicado largas horas a sus respectivas actividades. Si las personas pretenden ser “todistas” sabrán un poco de todo, pero difícilmente lograrán ser eximios.
Las sociedades en las que se garantiza la libertad individual y el disfrute de lo obtenido legítimamente por cada quien fomentan la creatividad, la innovación, la tolerancia; por consiguiente, la promoción de conductas éticas, como el respeto frente al otro. El reconocimiento de que el otro tiene un talento diferente, que tiene derecho a desarrollar porque su actividad suma a la que otro ejecuta. En consecuencia, la exclusión no es aceptable y tan solo garantiza un vehículo para la prepotencia y la imposición.
El monopolio político per se es excluyente y difícil de controlar, porque no reconoce límites, apunta al control de aparato estatal para desde allí avanzar hacia otros, a quienes habrá de desprestigiar al extremo para que la percepción ciudadana los perciba como enemigos o cómplices. Y la escena nacional no está muy distante de lo comentado, máxime si existen expresiones políticas orientadas hacia el control hegemónico desde al aparato estatal, por eso fomentan el cambio constitucional para abrir nuevamente las puertas a la participación del estado en las actividades económicas. La única manera de lograrlo es desprestigiar sistemáticamente a los actores del emprendimiento: el empresariado. Expresar disculpas por los yerros de algunos es aceptar una generalización inadecuada.
Al respecto, los promotores del control hegemónico promueven la narrativa de la “perspectiva igualitarista” para cautivar al ciudadano y lograr su respaldo. Pero cuando acceden al poder no concretan su oferta, sino que se apropian de la riqueza generada y buscan garantizar su permanencia en el poder político. La narrativa igualitarista emplea varias estrategias para lograr el control hegemónico, una de ellas es socavar a todo aquel que lidera la actividad económica. Entre los años cuarenta y sesenta del siglo XX, la narrativa igualitarista se expresó en contra del latifundio, no propuso mejorar el sistema productivo para generar inclusión en la expansión e incentivar la mejora de la calidad de vida de los trabajadores del campo, tal como sucede en la actualidad con la agroexportación. La propuesta igualitarista fue quebrar la unidad productiva –y lo consiguieron– mediante la aplicación de una reforma agraria cuyas consecuencias aún no son superadas en su totalidad. Se generaron miles de propietarios, pero también garantizaron la pobreza intergeneracional de millones de pequeños productores agrarios anclados en el minifundio.
La segunda estrategia es minar la moral de los participantes en una actividad. Por ejemplo, la semana pasada, en un evento un expositor señaló: “Hay que reconocer que somos una actividad invasiva”, en referencia al sector líder de la economía nacional, el minero-energético. Sobre lo afirmado comparto una reflexión: la interculturalidad, que representa el intercambio y relacionamiento entre culturas disímiles, al momento del primer contacto, ¿realiza una acción invasiva? De ser así, cabe preguntarse por qué la narrativa imperante oculta “lo invasivo”; y, por el contrario, destaca las virtudes de la interculturalidad, afirmando que es positiva porque complementa el conocimiento de un(os) grupo(s) humano(s) con otros, genera sinergias y beneficios recíprocos (lo cual comparto firmemente), que no necesariamente implica que se produzcan intercambios igualitarios en términos monetarios.
Aceptar –consciente o inconscientemente– la propuesta “académica” formulada por la narrativa igualitarista, que presenta al sector minero-energético como una actividad intrínsecamente negativa en términos sociales y ambientales, es convalidar un maniqueísmo que debe ser aclarado, rechazado y confrontado de la manera más alturada posible para que no se produzca la “captura del pensamiento”. El escritor español Pío Baroja decía que “el ejército no debe ser más que el brazo de la nación, nunca la cabeza”. Parafraseándolo, si controlas el pensamiento de las personas, controlas su actividad.
La narrativa igualitarista busca que los partícipes de la actividad la socaven desde dentro. Si alguien ha sido persuadido de que la actividad minero energética es negativa, su conducta esperada es la resistencia pasiva o activa, la desmotivación, pérdida de la proactividad y, en el mejor de los casos, convertirse en agente reactivo, arrinconado moralmente hasta terminar justificando sus actos en lugar de convertirse en la “fuerza de venta” de la actividad. Una frase típica de la auto-justificación es: “es cierto lo que usted señala, pero también hacemos cosas positivas”.
Por eso, es de suma importancia desarrollar una narrativa propia, que comunique su versión y que confronte con legitimidad la narrativa. Ciertamente, los promotores de la narrativa igualitarista nos llevan la delantera; no en vano un sector de la opinión pública, que se encuentra persuadida en contra del sector minero-energético, termina obstaculizando o paralizando el desarrollo del sector. En concordancia con dicha intencionalidad, se magnifica el pasado como si fuese posible la reedición de lo acontecido; también hacen lo propio con relación a la ocurrencia de accidentes en alguna operación, se emiten mensajes que contribuyen a la desinformación.
El igualitarismo también se nutre de aportes bien intencionados para promover cuestionamientos y resquemores en la opinión pública. Tiempo atrás, me presentaron un trabajo de investigación que resaltaba la disparidad social que se había producido como consecuencia del desarrollo de la mina Las Bambas y, como muestra de la veracidad de su afirmación presentaban una fotografía en la que se podía ver la antigua Fuerabamba y las casas que habían recibido los comuneros que fueron reasentados. Manifestaban que el coeficiente de desigualdad en la distribución de los ingresos, propuesto por Corrado Gini, estadístico italiano, se había incrementado en la zona por la presencia de la actividad minero-energética. Entonces pregunté: ¿Para ustedes (los investigadores), lo óptimo hubiese sido mantener los niveles de pobreza de manera uniforme para todos los pobladores? Su respuesta fue: “todos debieron ascender socialmente”. Otra vez, la narrativa igualitarista propone una condición que haría inviable el desarrollo de cualquier proyecto minero-energético: “el todo o la nada”, “blanco o negro”, “vida o muerte”, eslóganes maniqueos que resultan excluyentes y son empleados con frecuencia por la narrativa igualitarista de quienes buscan el poder hegemónico.
El coeficiente de Gini sirve como herramienta de análisis para promover que toda la ciudadanía cuente con elementos de partida uniforme, nutrición adecuada –pre y post natal– y educación de calidad, principalmente; pero de ninguna manera debe ser empleado para inhibir la creatividad, la innovación y menos para cuestionar la legitimidad de la retribución esperada.
El sector minero-energético, como otros, requiere sujetos persuadidos de las bondades de su actividad, que se conviertan en vehículo de comunicación eficiente. De esta manera, el desenvolvimiento de un proceso plural, inclusivo, democrático y competitivo de desarrollo estarán garantizados por el respaldo de la ciudadanía.
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