Darío Enríquez

Mitos y omisiones sobre nuestras raíces

El crisol mestizo del Perú e Hispanoamérica se manifiesta por doquier

Mitos y omisiones sobre nuestras raíces
Darío Enríquez
30 de noviembre del 2022


Cada cierto tiempo, haciendo gala de esa tendencia cultural autodestructiva, en nuestra Hispanoamérica surgen voces que aspiran a falsificar nuestra identidad mestiza con un discurso mítico respecto de lo “originario”, contra la maldad encarnada por “los que vienen de fuera”. Vamos a repasar algunos mitos y omisiones con las que ese discurso falaz pretende hacerse hegemónico. 

Cuando los españoles llegaron a esta parte de América, encontraron una gran cantidad de grupos humanos que habían desarrollado culturas en diversos grados de avance y emplazamiento geográfico. El mítico Tahuantinsuyo estaba muy lejos de ser ese imperio consolidado y homogéneo que se asume idílicamente en el discurso indigenista, en contra de toda evidencia. Por el contrario, esos cuatro suyos se encontraban en conflicto abierto no solamente por la guerra civil de sucesión entre Huáscar y Atahualpa, sino que las sangrientas conquistas de los Incas y el violento sometimiento de las otras etnias eran heridas abiertas que los jerarcas locales no tardarían en saldar.

En efecto, cuando Francisco Pizarro llega al Perú con un tropel que no llegaba a los 200 efectivos, se encuentra con ese grave escenario político. Haciendo alianza con los líderes de las etnias sometidas a la tiranía inca, rápidamente ese período que llamamos Conquista se convirtió en una lucha entre etnias locales sometidas contra los tiranos incas. No hay forma posible que ese puñado de soldados españoles hubiera llevado a efecto tan encarnizada pugna por su propia cuenta. Eso es algo que se omite e invisibiliza groseramente en la enseñanza oficial de historia en las escuelas peruanas y en general, se habla poco o nada de ello en los programas educativos de nuestra Hispanoamérica.

Hace casi 500 años se inicia entonces ese proceso de mestizaje cultural y genético que nos lleva hasta este espacio-tiempo del siglo XXI. El proceso histórico y la evolución cultural que le acompaña siempre es tan complejo como espontáneo en lo fundamental. Nuestras raíces hispanas se entremezclan con diversas etnias locales, recibiendo luego el aporte de otras culturas europeas, árabes, judías, asiáticas y africanas.

Es el crisol peruano de todas las sangres. Es imposible entender nuestra gastronomía sin los aportes fundamentales de la cultura mediterránea (en todas sus vertientes), la gran variedad alimenticia de los cultivos locales, la creatividad de los afroperuanos y el especial toque asiático tanto de Catay como de Cipango. Nuestra música folklórica andina es imposible de interpretar sin instrumentos europeos. Nuestra marinera es un bello sucedáneo local de la música flamenca, la que a su vez es en gran parte tributaria de la milenaria cultura árabe.

Otro fenómeno histórico que se suele invisibilizar, es la gran revolución agropecuaria que se da en el Nuevo Mundo con el aporte europeo. Poco se menciona que los prehispánicos no conocían el hierro, por lo tanto sus instrumentos de labranza eran apenas de madera o de débil cobre. El trabajo de la tierra era durísimo porque por cuestiones que podemos llamar de “zoogeografía”, no se conocían ni caballos de tiro, ni acémilas o mulas de carga, ni bueyes de labranza. Tampoco se conocía la rueda. Desde el Medio-Oriente y Europa llegaron las gramíneas y las menestras, que supusieron un avance enorme en la seguridad alimentaria. El impacto de introducir todos estos elementos en la agricultura andina fue espectacular, generando un salto de productividad que sin duda mejoró el nivel de vida de los habitantes de estas tierras. Además, la crianza de vacunos y ovinos llegados de Europa, elevó enormemente el acceso a proteínas animales, además de la posibilidad de otros productos derivados.

El esfuerzo fue titánico. Imaginemos cómo eran esos viajes por vía marítima, durante 40 días, trayendo de Europa carga de productos y animales que revolucionaron la vida en los nuevos reinos de América. Por supuesto que la gran calidad y variedad de la agricultura prehispánica también enriquecieron la dieta del mundo. El aporte de tubérculos, maíces y otros de gran diversidad fue colosal. Ya se ha identificado más de 5,000 variedades de papas en nuestros Andes, todo ello fruto del desarrollo agrícola de las culturas prehispánicas.

Hace unos días, empezó a circular en redes de Internet el caso del sacerdote Jorge Lira y su descubrimiento –en la década de los años cincuenta del siglo XX– de cómo así los “apellidos” quechuas fueron modificados incluso por ley para españolizarlos, durante el Virreinato. Para variar, la historia se cuenta sin contexto y con una fuerte tendencia victimizante por el lado “peruano” y estigmatizante por el lado “español”. En primera instancia, los quechuas no tenían apellidos sino que en el extremo, a veces tenían dos nombres. Esto es tan cierto como que tampoco tenían bandera, objeto que se trajo también de Europa. Aunque sabemos que esa bandera multicolor del Tahuantinsuyo es una completa farsa, se insiste con ese relato falsificado.

Otra tema que se trata poco o nada, es que las lenguas prehispánicas eran ágrafas, es decir, no contaban con escritura conocida. Se especula que las élites sí habrían tenido una especie de escritura pero solo reservada a ellos y prohibida para el Pueblo. Gracias a la labor de sacerdotes dominicos, luego con el aporte de franciscanos, jesuitas y otros, se dotó de alfabeto, gramática, sintaxis y literatura -necesariamente “españolizados”- a las lenguas “originarias”. De otro modo, esas lenguas ya habrían desaparecido. Siendo estos hechos inapelables, es lógico que los nombres (convertidos algunos de ellos en apellidos) tomaran formas “españolizadas” como efecto natural. De hecho, la denominación de nuestra ciudad capital Lima proviene de la españolización del término “rímac”. No solo es un fenómeno verificable en nuestros países. Muchos nombres de ciudades estadounidenses y canadienses provienen de la “anglización” o de la “afrancesamiento” de vocablos originarios.

Insistimos. La tarea inacabada de definir nuestra identidad pasa por asumir la diversidad de aportes que hemos recibido y acrisolado. Negar parte de nuestra raíces es inútil, contraproducente y dañino para esa labor tan necesaria de forjar nuestra identidad, apenas delineada con la gran importancia que tiene nuestra culinaria y la fuerza telúrica que aflora en nuestras manifestaciones musicales. No podemos permitir que el odio sustente nuestra identidad ni que falsos intelectuales, militantes y deshonestos (valga la redundancia) nos lleven por esos despeñaderos.

Darío Enríquez
30 de noviembre del 2022

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