Darío Enríquez

Estado, impuestos e ilegitimidad destruyen nuestra libertad

Cuando el sistema socava propiedad, dignidad y desarrollo económico

Estado, impuestos e ilegitimidad destruyen nuestra libertad
Darío Enríquez
30 de mayo del 2025


La vida, la libertad y la propiedad son los tres pilares civilizatorios. No son meras abstracciones teóricas, sino fundamentos esenciales del desarrollo humano. La seguridad se deriva de ellos, como resultado de la correcta articulación de estos principios dentro de un marco institucional legítimo. Un Estado de derecho genuino no solo los reconoce, sino que los protege con firmeza, garantizando que cada ciudadano pueda ejercerlos sin restricciones indebidas.

La libertad no tiene sustitutos. No hay compensación posible para su pérdida ni argumento que justifique su renuncia. Impulsa la creatividad, la autonomía y la dignidad humana. Sin embargo, en el pasado y en el presente, muchas sociedades han aceptado restringirla a cambio de una percepción de seguridad, ignorando que la seguridad genuina solo emerge en un entorno de libertad plena. La tendencia a sobreponer la percepción sobre la realidad ha permitido que discursos populistas justifiquen restricciones innecesarias, debilitando derechos individuales y favoreciendo la concentración del poder.

El siglo XXI consolida esta tendencia preocupante: imponer la percepción sobre la realidad. Los hechos demostrables y el análisis racional han sido desplazados por narrativas emocionales y sensaciones subjetivas. En todo orden de cosas, ello propicia la erosión gradual de los derechos fundamentales. Las decisiones colectivas se apoyan entonces en temores infundados o intereses particulares, no en principios sólidos. La manipulación de la percepción se convierte en una herramienta potente para aquellos que buscan ejercer control, limitando el debate y silenciando la disidencia. Es la esencia del funesto Wokismo.

El sistema democrático liberal es el único modelo que garantiza equilibrio entre seguridad y libertad mediante instituciones legítimas. Más allá de preferencias, el Congreso es el máximo depositario de la voluntad popular, la democracia y la pluralidad política. Su existencia impide la concentración del poder en pocas manos y permite la representación efectiva de los ciudadanos. Sin embargo, los regímenes autoritarios han recurrido sistemáticamente al desprestigio del Congreso para debilitar la institucionalidad democrática y los contrapesos del poder. Peor aún cuando, como el caso del Perú, el Congreso se destruye por acción u omisión de sus propios miembros.

La equidad es un valor deseable que busca garantizar condiciones justas para todos, pero su conversión hacia el igualitarismo genera efectos contraproducentes. La imposición de una igualdad de resultados limita tanto méritos como despliegue de talentos. Para alcanzarla, con frecuencia se recurre a la coerción y la redistribución forzada, lo que afecta propiedad y libertad. Priorizar la igualdad impuesta es ineficaz y sume a las sociedades en la mediocridad y la pobreza. La verdadera prosperidad surge al fomentar libertad para innovar, emprender y desarrollarse sin obstáculos arbitrarios.

El sistema tributario representa una colisión frontal entre el Estado y la libertad individual. Si bien los impuestos son necesarios para financiar bienes y servicios esenciales, el crecimiento desmedido del aparato estatal ha convertido la tributación en un mecanismo de extracción indiscriminada que asalta a los ciudadanos. Un Estado que consume más recursos sin ofrecer contraprestaciones eficaces genera burocracia innecesaria, parasitismo social y estancamiento económico. Es el Estatismo Salvaje. La presión fiscal excesiva destruye inversión y producción, afectando el crecimiento y propagando pobreza. La prosperidad no se alcanza mediante redistribución forzosa, sino promoviendo un entorno en que los individuos generen riqueza desde sus emprendimientos.

La desigualdad no es sinónimo de pobreza. En sociedades libres y dinámicas, las diferencias económicas son resultado del talento, el esfuerzo y las decisiones individuales. Lo verdaderamente preocupante no es la desigualdad, sino la pobreza extendida en sistemas que bloquean el crecimiento y limitan la capacidad de emprendimiento. La estabilidad genuina solo es posible cuando los ciudadanos comprenden que la libertad es el fundamento de su seguridad y desarrollo. Renunciar a ella por percepción irreal o conveniencia política es el primer paso hacia la decadencia colectiva y el empobrecimiento general, aunque al principio se disfrute de una “fiesta” con dinero ajeno.

Darío Enríquez
30 de mayo del 2025

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