Raúl Mendoza Cánepa

La novela del origen

Sobre “Génesis” la reciente novela de Evelyn García Tirado

La novela del origen
Raúl Mendoza Cánepa
18 de junio del 2018

 

No es el eje de mis columnas ensayar crítica literaria, salvo para compartir la impresión de un lector entusiasmado. Se trata de centrar la linterna en el talento nuevo llamado a ubicarse en primeras filas. Tras leer Génesis, de Evelyn García Tirado (Arkabas, 2018), sospecho que la escritora pertenece a esa estirpe de extraordinarios narradores.

Evelyn García ya se anunciaba desde que ganó el Premio Luces 2011 del diario El Comercio a la Mejor Obra Narrativa del Año (La casa del sol naciente). Génesis trata de la historia de una familia (desde 1872 hasta 1942). Los eventos transcurren en la campiña de Cajamarca. Asombran las escenas de romance, extraídas de costumbres lugareñas. El amor huye de los clichés para mostrarnos un humor sutil. Como en todo pueblo el clima se construye con música, danza y espíritu mágico religioso. “Magia, hechizos, sueños, guerra, brujos, santos y demonios” modelan el discurso y el paisaje. Sin proponerse tocar lo “real maravilloso” de la narrativa de Gabo, nos aproxima a ella, aunque la magia subyace en la mente colectiva.

La novela tiene atmósferas prolijamente construidas, una evolución de cambios en la que no se altera esa extraña y fascinante propensión a la esperanza. Quien ha seguido bien la buena prosa del boom sesentero y, más aún, bebido del buen aperitivo de la cuidada letra de autores como Azorín, no puede dejar de sorprenderse del revelador valor de la “forma de contar” de Evelyn García.

“Mi padre va adelante y yo voy siguiéndolo con mi madeja de cabellos rubios cubriéndome la cara, lo que no me impide notar las miradas codiciosas de los hombres que me rodean, los codazos que se zampan entre ellos (…) escuchar los silbidos que se echan para pasarse la voz, los cuchicheos llenos de malicia. Las trenzas que usan las chinas de mi edad me hacen doler la cabeza, por eso mis papás me permiten llevar la pelambre al viento”. La imagen crea un concepto de la escena.

“Yo (…) muevo las sequichas, me contoneo, zarandeo bien mis fondos (…). Pío me observa con la boca abierta sin poder creérselo, se acerca a mí, resoplando como un toro, y yo le barro el rostro con el pañuelo…“¿Cuánto tiempo hace que estamos así, en silencio, a oscuras, mirándonos el uno al otro? ¡Qué ganas de cruzar de puntillas la sala para besarlo! Con todo, él y yo permanecemos quietos, como dos estatuas, contemplándonos. Ninguno de los dos es cobarde y, sin embargo, ¡el amor se parece tanto al miedo!”. Evelyn García tiene la habilidad de decir mucho en pocas palabras.

Como el amor, la fe es el otro pilar que sostiene a los personajes: “Nuestro caserío ha tomado su nombre de las numerosas huayanas que surcan sus cielos (…) son pequeñitas, con el dorso y las alas negras y un pecho primoroso, todo cubierto de plumaje blanco. Vuelan muy alto, en grupos copiosos, (…) Los antiguos cuentan que estas golondrinas eran todas blancas, pero que se vistieron de riguroso luto cuando los hombres crucificaron al hijo de Dios”. La fe reincide: “Como el pobre abuelo ya sentía los rigores de la vejez, dejó el pico a un lado y, luego de rezarle un poco a san Antonio, se dispuso a echar una siestecita al borde del campo. Fue entonces cuando tuvo un sueño de lo más raro: vio cómo despertaba dentro de una casita que parecía una esfera de piedra partida por la mitad. Había una banca adherida a la pared que se daba toda la vuelta. No había nada en los muros, salvo dos pares de ventanas circulares y muy altas (…) Siguió un camino rodeado de hierbas por el que vio venir a un hombrecito que cojeaba. El abuelo se sorprendió porque el hombrecito despedía una hermosa luz dorada (…)”.

El tiempo pasa en sus complejas historias, algunas fantasmales: “Las voces de los soldados son traídas por ráfagas de aire (…) Esas criaturas eran malignas, creo firmemente que eran supays(…)”.

Evelyn García nos obsequia una historia regional y universal a la vez, con el añadido de un diccionario de topónimos, palabras quechuas, cajamarquinismos y coloquialismos que sirven para interiorizar el mundo que presenta.

 

Raúl Mendoza Cánepa
18 de junio del 2018

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