Giovanna Priale
Volver a lo básico para recuperar la confianza
No hay confianza sin transparencia

El domingo 8 de junio, muchos pudimos disfrutar —gracias al acceso cada vez más amplio, aunque aún no del todo equitativo, a las plataformas deportivas— de dos finales que capturaron la atención del mundo: tenis masculino en Roland Garros, entre Carlos Alcaraz y Jannik Sinner; y fútbol masculino de la Nations League, con el duelo entre las selecciones de Portugal y España.
Más allá del espectáculo, lo que me quedó fue una sensación de admiración renovada. En mi caso, el vínculo con el fútbol europeo nació con mi padre, quien encontró en ese deporte una fuente de alegría, escape y hasta terapia durante su tratamiento contra el cáncer. Como solía decirme: “Durante el partido, me siento en otra realidad”. Hoy, esa pasión la redescubro a través de los ojos de mi hijo adolescente, que vive cada partido con tanta intensidad que me hace revivir mis hermosas historias con mi papá. A propósito del próximo Día del Padre: ¡Feliz día para todos los papás este domingo 15 de junio!
Pero más allá del lazo emocional, esos eventos me llevaron a una reflexión más profunda: la necesidad de volver a lo básico para recuperar la confianza. Cuando vemos un partido, confiamos en que las reglas se cumplen, que los árbitros son imparciales, que los jugadores lo dan todo en la cancha y que el resultado es legítimo. Incluso cuando nuestro equipo pierde, aceptamos la derrota porque creemos en la integridad del proceso. Esa confianza no surge de la nada. Es el resultado de años de institucionalidad deportiva que, con sus luces y sombras, ha sabido construir reputación basada en reglas claras, rendición de cuentas y transparencia.
En contraste, el 27 de mayo pasado, la firma Edelman presentó datos preocupantes sobre la confianza institucional en el Perú:
- El 82% de los encuestados teme que el Gobierno mienta,
- el 76% desconfía de las empresas,
- el 72% no confía en los medios de comunicación.
Estamos frente a una crisis de legitimidad profunda. La ciudadanía ya no cree en quienes deberían liderar con el ejemplo.
Volver a lo básico no es una consigna ingenua. Es un llamado urgente a reinstalar valores fundamentales: reglas que se respeten, procesos que funcionen, consecuencias para el incumplimiento, y una cultura organizacional que anteponga el respeto a las personas por sobre los intereses de corto plazo.
Quiero detenerme en el rol de las empresas, que muchas veces subestimamos en esta reconstrucción del pacto social. En un entorno de desconfianza generalizada, las organizaciones privadas tienen una oportunidad —y una responsabilidad— de marcar la diferencia. ¿Cómo? Recuperando su propósito: poner a las personas en el centro. Colaboradores, clientes, proveedores y la ciudadanía en general esperan un servicio de calidad, basado en la excelencia, la ética y la rendición de cuentas.
En este contexto, el gobierno corporativo adquiere un rol crítico. No se trata solo de respaldar al CEO o de garantizar resultados financieros de corto plazo. Se trata de corregir el rumbo cuando hay malas prácticas, de ejercer supervisión con valentía y de recordar que el fin último de toda empresa no es solo la utilidad, sino su contribución al bien común.
Algunos pasos concretos podrían marcar la diferencia:
- Fomentar una comunicación transparente con los grupos de interés: colaboradores, clientes, proveedores y ciudadanía.
- Reconocer errores prontamente y actuar con responsabilidad ante ellos.
- Promover una cultura organizacional donde se respete y valore a cada persona.
- Defender principios, incluso cuando hacerlo implique costos en el corto plazo.
Así como en el deporte aceptamos el marcador porque confiamos en el sistema, en nuestra vida cívica y económica también necesitamos instituciones que generen esa misma certeza. No hay confianza sin transparencia. No hay legitimidad sin justicia.
Y quizás —como en la cancha— todo empiece por algo tan sencillo como volver a jugar limpio siempre.
COMENTARIOS