Rocío Valverde

La lengua de mi madre

El fenómeno de la erosión lingüística

La lengua de mi madre
Rocío Valverde
24 de noviembre del 2019


Hace unos días preparé seco de pollo, a falta de carne. Mi esposo se sirvió una generosa ración de frejoles, arroz y seco. Siempre observo horrorizada su forma de comer: primero devora la carne, luego las verduras, las alubias y por último el arroz. Nada se toca en su plato, no moja el arroz con el jugo del seco ni pincha un poco de todo con el tenedor para llevarse una mezcolanza de sabores a la boca.

Es ya parte de la rutina de nuestras cenas. Yo le digo que come mal, el me llama backseat eater que se traduciría como comensal metomentodo.

Intenté contarle a mi mamá que este muchacho seguía comiendo platos peruanos como un europeo y que, en mi humilde y no solicitada opinión, limita la experiencia y calidad de la degustación. Escribí el mensaje, pero algo no encajaba. Releía y releía lo escrito y no encontraba el error. Tuve que leerlo en voz alta para comprobar una vez más que mi lengua materna se pudre y muere dentro de mi boca, como dice el poema de Sujata Bhatt. El problema era que el mejunje ausente en el plato de mi esposo se compensaba con la atrocidad de mi mensaje. Había mezclado inglés con español en una composición de oraciones truncadas.

Desde que vivo en Inglaterra he notado que mi forma de escribir ha cambiado: la estructura de mis oraciones no es la misma y no fluyen los conectores con facilidad. Al intentar mantener una conversación en español lleno el discurso de muletillas. Gano así segundos para encontrar la palabra correcta, pues constantemente mi cerebro recurre a frases y modismos en inglés que no puedo traducir a mi lengua materna. Mentalmente me ha ayudado saber que este fenómeno tiene nombre: erosión lingüística.

Recuerdo perfectamente cuando este fenómeno se hizo presente por vez primera. Estaba en un tren hacia Reading, con unos chicos españoles. Conversábamos en español, pero de tanto en tanto utilizábamos palabras en inglés. ¿Cómo se dice "apply" en español?, preguntó uno en un acto de valentía. Yo digo "aplicado" pero creo que está mal, dijo otro. En el contexto yo diría "echar el currículum", porque decir "he aplicado a un trabajo" suena mal, dijo el tercero.

Yo unicamente me sentía feliz de saber que no era la única que había olvidado el idioma de su madre. Saber que era una experiencia compartida me hacía descartar mis hipocondríacas teorías de Alzheimer de inicio temprano o Parkinson juvenil. Me llené de una gran paz espiritual, ya no me sentía tan paria. Ellos tampoco.

Me siento menos anormal aunque cuando cometo horrores léxicos echo un vistazo al pasado y me pregunto qué le ocurrió a aquella niña que podía recitar listas de sinónimos y antónimos sin sudar una gota. Esta erosión lingüística se da en inmigrantes y bilingües que ven pudrirse a su lengua materna mientras la adoptada florece. Existen explicaciones varias, desde la edad de la inmigración hasta las conexiones psicológicas. El primer ejemplo lo veo en mi esposo, que vivió en Alemania de pequeño para finalmente afincarse entre Portugal e Inglaterra. Me contó que él dejó de hablar su lengua en casa porque se sentía cansado de hablar tres idiomas constantemente. No fue hasta su adolescencia que notó que, a pesar de que entendía a sus padres, le costaba hablarla, tanto así que tuvo que reaprender a construir oraciones con ayuda de un libro de idiomas.

Para explicar el segundo ejemplo siempre se recurre a hechos traumáticos, y qué puede herir más al hombre que la guerra. Así pues, tenemos de ejemplo a los sobrevivientes del holocausto, algunos dijeron estar imposibilitados físicamente de hablar alemán. Otros se obligaron a olvidarlo porque sentían que su país los había defraudado.

Las palabras transmiten emociones, algunas que parecen haber sido talladas en el inconsciente. Mi lengua materna, reducida a un muñón, a veces brota y hace de lado a las otras lenguas, como en el poema de Bhatt, salvo que en mi caso no renace en sueños. Si me pisan suavemente el pie brotan palabras ásperas inglesas, pero si me pisan el dedo pequeño del pie entonces emanan maldiciones peruanas para toda la estirpe de la persona que osó machucarme el pie. El dolor es un sentimiento sumamente primitivo.

Un hecho innegable es que asociamos nuestra identidad con la lengua materna. En este mundo globalizado muchas primeras generaciones dé inmigrantes se sienten entre dos mundos, si no acaso tres, por más que intenten disfrazarlo. "Si crees que eres un ciudadano del mundo, eres un ciudadano de ningún lugar". Cuánto hirieron las palabras de Theresa May a un mundo con crisis de identidad. Debió elegir mejor sus palabras y otro lugar para discutir lo que es la ciudadanía.
Lo vi de primera mano en los ojos de mi esposo. "Me preguntas qué quiero decir cuando te digo que he perdido mi lengua", me recitó ese brasileño-alemán con un perfecto acento y modismo inglés. Cuánto lo entendí.

Por ahora, a falta de palabras, me presento con comida. La comida de mi madre.

Rocío Valverde
24 de noviembre del 2019

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