Mariana de los Ríos

F1: un viaje cinematográfico a máxima velocidad

Reseña crítica de “F1: La Película”, el relanzamiento estelar de Brad Pitt

F1: un viaje cinematográfico a máxima velocidad
Mariana de los Ríos
02 de julio del 2025


Hay algo innegablemente atractivo en
F1: La Película: Brad Pitt, en modo leyenda madura, vuelve a ponerse al volante como un piloto de Fórmula 1 en busca de redención, con el rugido de los motores y el glamour del circuito mundial como telón de fondo. Dirigida por Joseph Kosinski (Top Gun: Maverick) y producida por Jerry Bruckheimer —con el respaldo explícito de la propia F1 y de Lewis Hamilton como productor ejecutivo—, esta superproducción despliega todo su arsenal para combinar velocidad, espectáculo y una buena dosis de carisma hollywoodense.

Pitt interpreta a Sonny Hayes, un expiloto prometedor cuya carrera quedó trunca tras un accidente brutal ocurrido tres décadas atrás. Hoy lo encontramos viviendo a la deriva, con un pasado lleno de decisiones equivocadas y un presente anclado en la nostalgia. Pero el llamado de su viejo amigo Ruben (Javier Bardem), ahora a cargo de una escudería en crisis, le ofrece una última oportunidad de volver a las pistas. El escenario está listo para una clásica historia de redención y segundas oportunidades.

La película, desde su arranque, busca seducir con su ritmo ágil, estética pulida y energía contagiosa. Las secuencias de carreras son impecables: cámaras a bordo, tomas aéreas vertiginosas, primeros planos que capturan el vértigo del volante. Kosinski demuestra nuevamente su habilidad para traducir la velocidad al lenguaje visual con una elegancia coreográfica. El uso de locaciones reales, autos auténticos y un montaje dinámico contribuyen a generar una experiencia sensorial poderosa que, en sus mejores momentos, logra transmitir la intensidad del circuito.

Durante buena parte del metraje, F1 mantiene la ilusión de un relato heroico revestido de estilo. El personaje de Sonny, con su aura de veterano sabio y su actitud despreocupada, encarna a la perfección ese arquetipo del forastero que regresa con lecciones que enseñar. Brad Pitt, como era de esperar, se apodera de la pantalla: desenfadado, magnético, filmado con devoción por Kosinski como si fuera una mezcla entre Robert Redford y un gurú zen. Todo encaja con la promesa de una película que combina nostalgia, acción y el glamour del automovilismo.

Sin embargo, a medida que la historia avanza, empieza a hacerse evidente una falta de tensión real. La película evita cualquier conflicto sustancial. Sonny, pese a su traumático pasado, no carga con heridas visibles ni dudas profundas. Llega listo para triunfar, sin resistencias internas, sin necesidad de reconstrucción. Su talento es indiscutido, su liderazgo innato, su humanidad incuestionable. Más que un personaje en evolución, es una figura mitificada desde el inicio.

Este enfoque debilita el arco narrativo central y hace que la transformación que se insinúa nunca se concrete. El drama, en lugar de emerger desde lo personal, se diluye entre escenas que privilegian la imagen sobre la emoción. La relación con Joshua Pierce (Damson Idris), joven promesa del equipo y supuesto contrapunto generacional, carece de verdadera fricción: de rivales potenciales pasan rápidamente a una armonía algo forzada, sin que la película explore a fondo esa dinámica. Lo que debería ser un eje emocional se convierte en un gesto cordial.

Lo mismo ocurre con los personajes secundarios, que se quedan a mitad de camino. Kerry Condon, como Kate —la directora técnica del equipo—, aporta calidez y presencia, pero queda confinada al rol de interés romántico funcional. Javier Bardem, en un papel que insinúa un pasado complejo con el protagonista, tampoco encuentra espacio para brillar más allá de su simpatía. Todos parecen orbitando alrededor de Sonny, sin generar vínculos que lo desafíen de verdad.

Más preocupante aún es el tratamiento que recibe el propio universo de la Fórmula 1. Filmada con la colaboración directa de la organización, la película evita cualquier sombra. No hay tensiones políticas, no hay controversias técnicas, no hay crítica alguna al sistema. Todo está al servicio del espectáculo y del prestigio de la marca. La película recorre el calendario de Grandes Premios como si fuera un folleto promocional: hermosos paisajes, planos deslumbrantes, pero poca sustancia. La F1, más que un escenario narrativo, parece una vitrina corporativa.

F1: La Película no es un fracaso técnico ni actoral. Es un producto perfectamente ensamblado, con momentos de gran belleza visual y secuencias emocionantes en la pista. Pero su narrativa se queda en lo superficial, incapaz de generar un verdadero conflicto o una evolución emocional convincente. Lo que podría haber sido una inmersión compleja en el mundo del automovilismo —y en el alma de un hombre marcado por la caída— termina siendo un desfile de lugares comunes con mucho brillo y poco riesgo.

Para los fanáticos del deporte motor, la película puede ofrecer una experiencia entretenida y visualmente potente. Para quienes esperan una historia con matices, profundidad y personajes transformadores, esta vuelta al circuito deja la sensación de una carrera ganada por inercia.

Mariana de los Ríos
02 de julio del 2025

NOTICIAS RELACIONADAS >

Love, Death & Robots: un laboratorio visual de imaginación extrema

Columnas

Love, Death & Robots: un laboratorio visual de imaginación extrema

Desde su debut en 2019, Love, Death & Robots se ha consolidado com...

11 de junio
Mickey 17: ciencia ficción satírica

Columnas

Mickey 17: ciencia ficción satírica

Mickey 17, la esperada película de Bong Joon-ho (Corea del Sur,...

05 de junio
“The Last of Us”: más sombras que luces en un mundo en ruinas

Columnas

“The Last of Us”: más sombras que luces en un mundo en ruinas

La segunda temporada de la serie The Last of Us llega con el peso monu...

28 de mayo

COMENTARIOS