Manuel Gago
Tinterillos administran la justicia peruana
Han capturado el Ministerio Público y el Poder Judicial

El llamado “tinterillo” ejercita de manera descarada, ofensiva e ilegal el derecho. Hace trampas, tuerce los procedimientos y violenta las normas, las leyes y la Constitución. En general, transgrede la verdad.
Recurriendo a las Papeletas lexicográficas (1903) de Ricardo Palma, Martha Hildebrandt, en El habla culta o lo que debiera serlo (2003), señala que “el tinterillaje politiquero es el más generalizado y odioso”. Agrega además que los tinterillos son conocidos como “chupatintas”, “cagatintas”, “seudoabogados”, “abogados sin prestigio”, “leguleyos” y “picapleitos”. Por todo lo visto recientemente con relación a la justicia peruana, preguntamos: ¿han sido, acaso, los tinterillos los peores estudiantes y, para colmo, los administradores de la justicia peruana? Para la desgracia nacional, la respuesta es que sí.
Desde Valentín Paniagua, la progresía –la izquierda edulcorada, revolucionarios de saco y corbata, muchos de ellos “ilustres” abogados– ha ganado poder político valiéndose de la complacencia de los gobernantes. Controla ministerios e instituciones republicanas. La opinión de esa progresía es considerada como lo mejorcito que hay, porque aparenta ser intachable, experta y prolija.
Millones de soles invertidos por diversas oenegés han servido para moldear la mente de la gente, para hacerla masa. La progresía colmada de abogados capturó el Ministerio Público y el Poder Judicial; lo hizo por intermedio de programas de capacitación, útiles para captar jueces y fiscales, los que ahora son parte de un engranaje que investiga, acusa y sentencia al gusto de un poder oscuro. Esos jueces y fiscales abandonaron el ejercicio de la legalidad y ahora están al servicio de una auténtica y poderosa organización criminal que decide primeras planas, entrevistas y encuestas destinadas a conducir a la gente hacia sus fines.
El resultado de la ofensiva es la judicialización de la política. Es lo mejor que hacen las fiscalías y las salas judiciales capturadas. Sus opositores son embarrados por medio de acusaciones inventadas y sin mayor sustento. Encausados no por uno sino por varios delitos para presentarlos como canallas, perversos y apestados de la sociedad. El impacto social de la noticia, la prisión preventiva y el proceso judicial eterno sirven para conmocionar a la población previamente moldeada al gusto de esa izquierda que, de boca para afuera, parlotea inclusión y tolerancia.
No es novedad el manual socialista destinado a capturar el poder: copamiento institucional, distorsión de la realidad, judicialización de la política, uso de medios y manipulación de la voluntad popular en elecciones. La idiotización social es lo primero, después llegan los zarpazos aplaudidos por enajenados que dan vivas sin saber por qué. Por lo visto, en este escenario arrollador –porque así es, por toda la capacidad desplegada– los “centristas” y “derechistas” son más que tontos útiles por no entender que la política real es dura; peor todavía, por no interiorizar auténticos valores de justicia, verdad, libertad, democracia e igualdad ante la ley.
Martha Hildebrandt describe al tinterillo, “al desprestigiado servidor”, como la persona capaz de hacer “maniobras jurídicas no éticas”. Recurriendo al Diccionario de peruanismos (1883) de Juan de Arona, la lingüista, que fue miembro de la Academia Peruana de la Lengua y presidenta del Congreso de la República, señala “los daños y perversión causados por la falange de tinterillos”.
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