Juan C. Valdivia Cano

La batalla cultural

Octava entrega de la serie “Milei y Argentina”

La batalla cultural
Juan C. Valdivia Cano
26 de noviembre del 2024


Aunque todo el mundo se beneficia del capitalismo y si comparamos los datos económicos, antes y después de la revolución industrial, son abrumadoramente favorables a ese sistema (el PBI o el índice de pobreza, por ejemplo), uno tiene que preguntarse por el no menos abrumador rechazo ideológico al mismo. El anti capitalismo se mantiene incluso donde mejor se ha desarrollado la economía de mercado, en los países más ricos o libres (donde medio mundo quiere ir a vivir). A pesar del fracaso estrepitoso del comunismo y el socialismo que se terminó de desplomar con la caída del muro de Berlín en 1989, la ideología anti capitalista sigue “vivita y coleando” en el mundo. Y de ahí la naturalización del intervencionismo estatal para quienes el socialismo significa estatización y nada más que eso. Porque solo es eso. Y nada más.

Hay varias explicaciones sobre ese rechazo y no tienen por qué ser incompatibles: una de ellas es que más que la eficiencia de la incisiva propaganda estatista, o “socialista”, su éxito se debe a la desidia de los liberales en el continente, a su conformismo o a su autoaislamiento intelectual, o a la escasa o nula difusión de su ideario, a la mala conciencia de ciertos individuos de los grupos acomodados, etc; o simplemente al escaso desarrollo capitalista, a las frágiles y exiguas burguesías (sobre todo en los países menos desarrollados en América hispana). 

Sin negar las anteriores, mi hipótesis a ese respecto es que el motivo poderoso de ese rechazo anticapitalista, es que la difusión de las ideas estatistas (siempre enmascaradas con la autodenominación de “socialistas”) ha sido más sencilla que la de las ideas liberales, porque se funda en sentimientos, valores y emociones que el receptor ya ha internalizado previamente desde su nacimiento, debido al tipo de sociedad de la que proviene; y no en ideas que hay que asimilar racionalmente y que requieren esfuerzo intelectual y superación de prejuicios, como las del liberalismo. Y en países como del que provengo, parecen predominar los sentimientos, emociones e instintos sobre la razón, por así decirlo. 

Tengamos en cuenta que se trata de la cultura occidental (de la que formamos parte) y que esa cultura se funda en una moral cuya existencia data de más de veinte siglos y en nuestros países desde el descubrimiento y la conquista: el cristianismo, la moral cristiana. Sobre todo en América Latina donde se impuso por la violencia y la extirpación religiosa. Y eso duele por siglos. Aquí debo plantear una pequeña discrepancia con Gloria Alvarez, sin dejar de ser su fan, en tanto que -salvo error u omisión- ella niega occidentalidad a los latinoamericanos que -con todo respeto- parece confundir con modernidad. Modernos somos muy poco, es cierto, dependiendo del mayor o menor desarrollo de cada país, en general. Pero occidentales: cristianos greco latinos (católicos o protestantes) somos todos los latinoamericanos sin excepción: occidentales sí, modernos muy poco, casi nada en muchos países.

Los europeos alguna vez no fueron modernos, pero occidentales lo fueron desde Grecia y Roma antiguas y luego al cristianizarse y, con las invasiones bárbaras, producir esa fusión cultural llamada catolicismo, que quiere decir “universal”, suma de culturas, representado por esas tres ciudades que son Atenas, Roma y Jerusalén. Tenemos lengua, religión, o cosmovisión, estructura mental (aristotélico platónica) y sistema jurídico occidentales. Los peruanos y bolivianos o ecuatorianos, por ejemplo, no son Incas, ni hablan (mayoritariamente) quechua o aymara , ni adoran al sol, ni hacen cuentas por quipus, aunque no se niegan sus rezagos culturales. Pero aún la comida, el folklore, la música, las fiestas patronales, es decir, “lo más típico”, es mestizo desde hace quinientos años.

 La raza o etnia o el color no determinan la cultura, el espíritu, la identidad, aparte de que es un criterio racista; sino justamente la lengua, la religión, la cosmovisión, la estructura mental, el derecho. (Tiene cola , cuatro patas, se llama “Tofi” y dice guau, guau ¿no será una ballena no?) Y el cristianismo realmente existente se basa en una moral cuyos valores esenciales son la compasión por los desheredados, la caridad, la humildad, la bondad, la castidad, la pobreza, la identificación con los débiles, con los explotados y atropellados de todo género; muchas veces inseparable de la envidia y el resentimiento contra los ricos o lo que representan: los poderosos, lo fuertes, los exitosos, los emprendedores, los conquistadores. Los malos.

“De Pizarro a Vargas Llosa” es el nombre de un artículo de una revista indigenista dirigida por estudiantes no precisamente indígenas, todos con apellidos hispanos. Apareció en Perú con motivo de los 500 años del descubrimiento de América, y un gran afiche a todo color con las imágenes de los conquistadores más importantes, incluido Colón y un título que rezaba en la parte superior con letras grandes: “Se busca”. Los conquistadores como delincuentes. Hay que recordar que la Leyenda negra anti hispana ha hecho tragar al mundo entero, incluidos los propios españoles, el relato según el cual los conquistadores eran un costal de puros defectos sin ninguna virtud (cristiana ) aunque en realidad estaban llenos de la virtus del Renacimiento (pagano): fuerza, coraje, emprendimiento, gran ambición (no pequeña ambición): espíritu aventurero en su máxima potencia. Lo malo.

El autor de dicha Leyenda fue un fraile cristiano español que dedicó su vida a difamar exagerando u ocultando rasgos de los conquistadores (que luego se extendió a España) y a defender a los indígenas y generar la mala imagen de España, en un libro que se llama “La destrucción de Indias” de Bartolomé de Las Casas. Y gracias a los enemigos del Imperio, ingleses y holandeses a la cabeza, la leyenda se extendió en todo el globo y dura hasta ahora. Sigue siendo leyenda y sigue siendo negra. 

Jorge Luis Borges, que tiene para todo una mirada tremebundamente independiente y profunda, hace un comentario irónico del autor de ese relato, “La destrucción de Indias”, en su Historia Universal de la Infamia (“EL espantoso redentor Lazarus Morell”) nada menos que en sus líneas iniciales. 

En 1510 el padre Bartolomé de Las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los infiernos de las minas de oro antillanas, y sugirió al rey Carlos V la importación de negros que se extenuaran en los infiernos de las minas de oro antillanas (Jorge Luis Borges. Emecé Editores, pág. 17. Buenos Aires 1954). 

Hace pocos años, por ejemplo, un alcalde de Lima, necio y corrupto, ordenó sacar la estatua de Francisco Pizarro de la plaza de armas de la capital del Perú, sin que se sepa dónde está ahora. Ese alcalde era blanco (ni siquiera mestizo como la mayoría peruana). Me temo que esa mayoría está de acuerdo con esa medida. El resentimiento contra el hombre fuerte, corajudo, el emprendedor, el conquistador de un Imperio (además de primer Gobernador del Perú) no es exclusivo de los militantes de Sendero Luminoso. O el esperpéntico AMLO y sus bravatas de cuate resentido, contra España… y muchos otros ejemplos de este tipo.

Juan C. Valdivia Cano
26 de noviembre del 2024

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