Guillermo Vidalón

Jugando con nuestro futuro

Consecuencias de la judicialización de la política

Jugando con nuestro futuro
Guillermo Vidalón
21 de mayo del 2019

 

El desdén por la acción política, así como el descrédito de la clase política, hace que algunos grupos aprovechen el vacío dejado para posicionar opciones políticas cuya ineficacia en el ejercicio del poder ya ha sido demostrada por la historia. No obstante, las ansias por alcanzar el control del aparato del Estado llevan a algunos a trastocar cualquier escala de valores y la conducta ética propia de toda sociedad que se precie de evolucionada.

En la actualidad, la “planta estable de la política formal” vive una cruenta confrontación. Para ello se emplea el mecanismo de la judicialización de las organizaciones políticas que no mantienen afinidad con quien ejerce el poder. En algunos casos con justificadas razones, y en otros mediante procesos poco transparentes.

La confrontación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo ha dejado de lado decisiones trascendentes para el mejor desempeño de la economía nacional. En consecuencia, la dinámica de intercambios de bienes y servicios se ralentiza y el crecimiento económico disminuye.

En contrapartida, ¿qué es lo que crece? La informalidad, la cual también tiene una expresión política, esté o no organizada, esté o no representada. Tengamos presente que la mayoría de la fuerza laboral nacional —y la migrante— trabaja en la informalidad y carece de los beneficios que otorga un empleo formal.

Esta desigualdad en el trato entre unos y otros trabajadores genera malestar, el cual es aprovechado por la estrategia política de ciertos grupos que estiman que el camino el poder se les allana si “agudizan las contradicciones” y ocupan el espacio político de las reivindicaciones para obtener reconocimiento social y presentarse como “los héroes de los movimientos populares”. Pero propiciar condiciones para que en un momento de crisis se produzca la pérdida de vidas humanas, con la finalidad de erigir “un mártir”, es una muestra del desprecio por la vida y la instrumentalización de las personas para lograr un objetivo político.

Durante los años setenta, las organizaciones subversivas que posteriormente harían uso del terror (en los ochenta y principios de los noventa), se dedicaron al adoctrinamiento de la juventud y a la captura o quiebre de las denominadas organizaciones de base de los sectores populares. Su objetivo era cumplir la consigna de “agudizar las contradicciones”.

¿Por qué es conveniente recordar lo sucedido? Primero, porque quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Segundo, porque los grupos subversivos se saben hoy derrotados militarmente, pero no han renunciado a sus propósitos, sino que se encuentran en la etapa de repliegue táctico y acumulación de fuerzas. Adoctrinan a la juventud, que desconoce los hechos criminales en los que participaron, infiltrándose en los movimientos sociales y mintiendo respecto de los proyectos de inversión de gran envergadura que se piensan ejecutar en el país.

La responsabilidad política de las actuales autoridades por lo que ocurra en el futuro cercano es trascendente. Recordemos que el Gobierno militar, entre 1968 y 1975, se dedicó a desprestigiar a toda organización política formal; y en la denominada segunda fase tuvo que hacer frente a la quiebra económica del país. Y también a la agudización de movimientos sociales que fueron empleados como escenarios de “reclutamiento y entrenamiento de juventudes” por parte de la subversión que, finalmente, terminó arrinconando y pulverizando a la izquierda formal como opción política.

Los grupos subversivos se oponen a la inversión de grandes capitales en el país por varias razones. La principal, acaban con su “base social”, reducen el malestar, generan empleo formal con todos sus beneficios sociales; subsecuentemente la pobreza cae y las condiciones para la “agudización de las contradicciones” se extinguen, postergando o haciendo imposible su alucinada búsqueda del poder.

Quien se proponga pasar a la historia como quien impulsó la confrontación o recambio (como se prefiera leer) de la clase política formal, en tanto que genera —por acción u omisión— las condiciones para propiciar el empobrecimiento y desesperación de vastos sectores de la sociedad, será el responsable de la violencia que está por venir. Tengámoslo presente cuando volvamos a ser asediados por coches bomba, paros armados, cortes de agua y luz, asesinatos selectivos, y atentados contra instituciones públicas y privadas y contra la población más vulnerable, porque ellos no tienen capacidad económica para protegerse.

 

Guillermo Vidalón
21 de mayo del 2019

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