Silvana Pareja
El futuro de Venezuela: la dictadura de Maduro y el retorno a la democracia
Maduro y su cúpula deben ser llevados a los tribunales y responder por todo el daño que han causado
La situación en Venezuela no admite espacio para eufemismos ni para interpretaciones ambiguas: Nicolás Maduro es un dictador Su régimen, heredero directo del autoritarismo instaurado por Hugo Chávez, utilizó las estructuras democráticas para desmantelarlas desde dentro. No hubo guerra ni pugna por el poder, solo un proceso calculado para apropiarse de la voluntad popular y aniquilar cualquier oposición.
Hugo Chávez y Nicolás Maduro no representaron una transformación para los venezolanos, sino un asalto sistemático a las instituciones. Bajo el lema de una falsa revolución, se apropiaron de los recursos del Estado, eliminaron la independencia de poderes y cooptaron a las fuerzas armadas para garantizar su permanencia en el poder. Lo que comenzó como un proyecto de poder populista degeneró rápidamente en un régimen autoritario que ha reprimido brutalmente a su propia población.
Maduro no es un líder político; es el rostro de un sistema corrupto e impune que ha provocado la mayor crisis humanitaria de América Latina en el siglo XXI. Millones de venezolanos han huido de un país donde la inflación destruyó sus ahorros, el hambre es una realidad cotidiana y la represión aplasta cualquier intento de disidencia. El éxodo masivo no solo es una tragedia humana, sino también un testimonio del fracaso absoluto del régimen chavista-madurista.
En este contexto, el papel de la comunidad internacional no debe ser el de la tibieza ni el de la diplomacia vacía. Maduro y sus aliados deben ser llevados ante la justicia internacional. Los crímenes de lesa humanidad cometidos por este régimen, documentados por organismos como la ONU, no pueden quedar impunes. Desde la tortura y las detenciones arbitrarias hasta la ejecución extrajudicial de opositores, los responsables deben pagar por sus actos. No hay espacio para el perdón ni para las negociaciones que perpetúen la impunidad.
La magnitud de la migración venezolana ha sido tal que se ha convertido en una crisis humanitaria sin precedentes, lo que exige una respuesta urgente tanto a nivel nacional como internacional. Los países de la región enfrentan una gran dificultad para gestionar la afluencia de migrantes sin afectar sus propias condiciones económicas y sociales. Sin embargo, es posible mitigar el impacto de esta crisis mediante una serie de acciones coordinadas y sostenibles que aborden tanto los desafíos inmediatos como las causas subyacentes del fenómeno migratorio.
Apoyar a las fuerzas democráticas en Venezuela no es solo un imperativo moral; es la única vía para devolverle al país la dignidad y la esperanza. La lucha no es fácil ni será inmediata, pero es el único camino posible. No se trata de elegir entre distintos enfoques políticos; se trata de reconocer que lo que hoy existe en Venezuela es una dictadura, y que combatirla es un deber de quienes creen en la democracia y la justicia.
El futuro de Venezuela depende de la unión de las fuerzas democráticas, tanto internas como externas, para poner fin al saqueo de una nación que merece libertad. No hay espacio para la neutralidad. La única salida es la justicia: que Maduro y su cúpula sean llevados ante los tribunales y respondan por todo el daño que han causado. Solo entonces Venezuela podrá comenzar el arduo camino hacia la reconstrucción y la democracia.
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