Rocío Valverde
El amargo sabor del café
La deuda histórica con los descendientes de los esclavos
Guil toma café todos los días. Un cafecito de la máquina de Nespresso, café de la máquina de la oficina, café pasado los sábados y domingos, un cafecito en la cafetería de la esquina, un económico café instantáneo. Café americano, café corto, café con leche, capuccino, café con helado, café irlandés. Todo es café, café y café. Me dice que su café es medicinal durante la semana y recreativo los sábados y domingos. Su madre le llama “café da manhã” y su padre le dice “cafezinho”. Cualquier pretexto es válido en la casa de los brasileños para prepararse una tacita de café.
La historia del café brasileño es digna de tener su propia novela. Cuentan que allá por los años 1700 el militar Francisco de Melo viajó hasta la Guayana Francesa y Guayana Holandesa con el pretexto de ayudar a poner fin a una dispuesta por límites territoriales. El verdadero objetivo del militar era robar unas cuantas plantas de café que eran custodiadas al milímetro. El galán luso-brasileño hizo uso de sus encantos para engatusar a la esposa del gobernador de la Guayana Francesa, quien terminó por entregarle las tan codiciadas semillas de café escondidas entre las flores de un bouquet. Con esta traición se acabaría el monopolio holandés y francés, y se alzaría el imperio del café luso-brasileño.
Brasil creció a base de la explotación del azúcar, los diamantes, el oro, el café, los esclavos africanos y esclavos nativos. Últimamente se ha abierto a debate el pasado colonizador de los imperios. ¿Deben los portugueses, británicos, holandeses, españoles, franceses arrepentirse de su historia de esclavitud? ¿Pueden acaso sentirse orgullosos de su historia colonial? Puede que este sea un tema que haga a muchos levantar los ojos al cielo y requintar de los millennials, que se ofenden por todo; pero los invito a preguntarse cuánto puede haber contribuido la esclavitud a la riqueza de las potencias mundiales. En una reciente encuesta un 44% de británicos aseguraron sentirse orgullosos de la gloria del imperio británico; no obstante, me pregunto cómo se te puede inflar el pecho sabiendo que el Imperio creció a base de matar de hambre a más de 20 millones de hindús.
No sé si puede ser posible reparar la deuda histórica a los descendientes de los esclavos que fueron arrancados del continente africano. Pero resulta indiscutible la brecha que existe entre blancos y negros en el país vecino, donde solo el 3% de los trabajadores del Poder Judicial son negros. En cambio, los presos negros conforman más del 60% de la población carcelaria. Estas estadísticas se repiten en otros países con pasados esclavistas, y cabe preguntarse si esta población es ahora esclava a un sistema que se forjó sin tenerlos en consideración.
Pero qué incómodo hablar acerca de esto en el desayuno. No quiero matarles la alegría de tomar su pequeño café de la mañana, así que me callo y bebo agua.
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