De la incertidumbre a la construcción de oportunidad

El domingo pasado el presidente Pedro Pablo Kuczynski calificó de “asalto al orden democrático” la decisión del Poder Legislativo de dar trámite al proceso de vacancia presidencial. Sobre el particular, la moción de declarar la vacancia presidencial provino de una de las agrupaciones de izquierda con representación parlamentaria, a la que se han sumado el partido aprista y el fujimorismo. Alianza por el Perú de César Acuña aún no ha decidido si votará a favor o en contra de la vacancia. Lo cierto es que, a la fecha, no se puede calificar a más de dos tercios del parlamento como confabulados para “asaltar el orden democrático”. Podemos tener una opinión política favorable o en contra de la decisión del legislativo; pero de allí a calificarla como un asalto, tiene varias connotaciones.

El presidente Kuczynski está decidido “a pelear” para mantener su mando hasta que el Congreso le comunique específicamente que ha sido vacado o que cambió de decisión. Lo otro es imaginar a un PPK dispuesto a contragolpear fuera del cauce democrático; es decir, disolviendo el Congreso de la República, ¿De qué otra manera podría conjurarse un “asalto” que se desenvuelve dentro de lo establecido por la Constitución de 1993?

No obstante haber desempeñado importantes cargos públicos, PPK ha demostrado impericia política en el desempeño de su función. Transcurridas las elecciones del 2016, que le dieron el triunfo por escaso margen, viró hacia las izquierdas y al humalismo, imaginando que debía a ellas su elección. Quien ganó fue el antifujimorismo. Sin embargo, tanto el antifujimorismo como el fujimorismo, en su mayoría, son opciones políticas que comparten un mismo ideario económico. Empero, el antifujimorismo ha resultado ser más intolerante con su rival, en quien sigue viendo a un enemigo. Hasta antes de la elección, ambos grupos eran vistos por los agentes económicos como garantía de crecimiento sostenido, de generación de puestos de trabajo, de disminución de la pobreza y propiciadores de mayor cohesión social. Nada de eso ha sucedido, el Estado bajo la administración pepekausista siguió siendo muy similar al humalismo.

A la ralentización de la economía nacional se sumó la defensa del ministro de Educación (que provenía del humalismo), el caso Chinchero, un ministro de Economía y un contralor que —al más puro estilo montesinista— grababan sus diálogos, la presencia del fenómeno de El Niño costero, la huelga de profesores que empoderó a grupos relacionados o vinculados a grupos subversivos, y, finalmente, el caso Odebrecht. En suma, error tras error.

El tiempo que queda de aquí al jueves —fecha en que se reunirá el Congreso para tratar la vacancia presidencial— es corto, pero la acción política puede transformar una circunstancia compleja en una nueva oportunidad, si el presidente decide liberarse de los lastres que frenan su ímpetu reformador y proinversión. Antes de salir a justificar sus actos ante la opinión pública, donde su credibilidad está bastante mellada, debería dar un mensaje de estadista que lo consolide en su cargo hasta el 2021 o que trace el desafío para quienes vendrán. Expresar, por ejemplo: “Quiero culminar mi mandato porque aún resta por hacer tales cosas y las pienso ejecutar de la siguiente manera… con disciplina y visión de futuro construiremos una sociedad mejor para todos. Esta es mi propuesta y creo firmemente que debe ser ejecutada por el bien de todos los peruanos, más allá de quien ejerza el mandato presidencial. Quedo a la espera de la decisión de la representación parlamentaria”.

Un nuevo proceso electoral no le conviene al fujimorismo, menos al Perú. Si PPK cae, el fujimorismo pierde respaldo popular; en cambio, si se muestra magnánimo, dejará constancia de que el presidente no cuenta con el respaldo congresal. Dejar sola en el hemiciclo a la bancada pepekausista podría significarle al país la construcción de una nueva oportunidad.