Eduardo Zapata
Castillo y la perversión de la familia extensa
Los vínculos familiares como excusa para la corrupción

Fue hace poco en este mismo medio. Me refiero a un artículo de nuestra historiadora Cecilia Bákula, en el que ella valoraba la importancia de la presencia/ausencia de la familia en la sociedad. Sea esta familia extensa o ampliada, o nuclear. Con sencillez y lucidez a la vez, Cecilia nos decía: “En la familia se aprende a querer”.
Mirado el entretejido social y conductual en el tiempo y hasta nuestros días, podremos convenir en que la subyacencia del concepto de familia extensa ha permitido la pervivencia del grupo social. Y es en esa familia donde ciertamente aprendemos a querer, pero también a no querer. Aprendemos a amar, pero también sabemos del desamor; así como interiorizamos afectos y –cómo no, lo dicen las estadísticas– patrones de violencia física o verbal.
Dado que el tema familia es asunto de ingeniería social, es factible aplicarle el clásico concepto de FODA. Y desde allí afirmar que las políticas públicas y el discurso político –particularmente en estos tiempos– parecen estar alimentando lo que objetivamente y en profundidad constituyen debilidades y amenazas, por encima de lo que son auténticas fortalezas y oportunidades. Ello se expresa ya en las conductas de muchos y en los avales de la opinión pública hacia el gobierno, que son producto de la combinación de mercantilismo de Estado y asistencialismo pauperizante.
El antropólogo Fernando Silva Santisteban nos hablaba de las relaciones de reciprocidad que signaban a eso que hemos denominado familias extensas. Ello explicaría pervivencias culturales y supervivencias humanas cobijadas por la propia familia extensa. Pero he allí que el mercantilismo y el sistencialismo vienen propiciando, donde antes había solidaridad efectiva y práctica, un individualismo crematístico donde cada quien vela solo por sus intereses inmediatos.
En este contexto se sitúa y proyecta socialmente la imagen de la familia extensa presidencial. Que, como sabemos, no solo tiene lazos consanguíneos, sino sabe de compadrazgos y de lazos coterráneos. Todo esto en una lógica forzada, pero lógica al fin, de la familia extensa. Sin embargo y para instrumentalizar políticamente un input o motivación no se ha vacilado en ´justificar´ sibilinamente la corrupción con lazos que posicionan la ecuación corrupción/color de piel como derecho reivindicatorio.
Lo más grave de este asunto es que proyectando al todo de la sociedad que las familias pueden ser corruptas por derecho reivindicatorio no solo envilecemos el concepto mismo de familia, sino lo usamos para normalizar la corrupción. A fin de cuentas y como lo expresó algún personaje de la tragedia que vivimos: “Acaso…¿no tengo derecho a trabajar?” Y también va en esa línea otro input: “Tenemos derecho a ganarnos la vida”.
La familia puede ser una gran escuela para aprender a querer. Cuando se pervierten los modelos sociales se alimenta –aun en el seno de las propias familias– la corrupción de todo lazo social.
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