Pedro Corzo
Sobre estatuas y monumentos
La remoción de los monumentos a Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara en Ciudad de México

La señora Alessandra Rojo de la Vega, alcaldesa de la delegación Cuauhtémoc —considerada el corazón de Ciudad de México—, decidió retirar las estatuas de Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara, colocadas en un parque de dicha localidad en 2017 por decisión de un funcionario mexicano simpatizante del régimen cubano y miembro relevante de la actual administración federal.
Ambos monumentos, que para muchos simbolizan el autoritarismo y la violencia política, ya habían sido objeto de actos de vandalismo y protestas ciudadanas antes de ser finalmente retirados en 2018, bajo el argumento de carecer de las autorizaciones gubernamentales correspondientes. La remoción definitiva, realizada por disposición de la actual alcaldesa, se sustentó en las controversias que los monumentos generaban entre los vecinos, en las irregularidades detectadas en su instalación y en la falta de justificación para que ocuparan un espacio público. La alcaldesa, además, evitó referirse al hecho de que su construcción demandó cerca de treinta y dos mil dólares de fondos públicos y a la contradicción ética que representa rendir homenaje, desde una administración democrática, a dos figuras vinculadas a valores contrarios a los que, en teoría, enaltecen el Estado mexicano y su sociedad. En sus propias palabras: “Ni el Che ni Fidel pidieron autorización para instalarse en Cuba, y tampoco en la Tabacalera”.
Las estatuas, dispuestas sobre un banco del parque, mostraban a Fidel Castro sosteniendo un libro y a Guevara con una pipa, imágenes aparentemente inofensivas que distaban mucho de las armas que caracterizaron su accionar político. En lugar de un fusil o un artefacto explosivo —más representativos de sus trayectorias—, los monumentos proponían una iconografía edulcorada de dos figuras que, durante toda su vida, dejaron como saldo muerte, represión, exilio y miseria en amplios sectores de la sociedad cubana y latinoamericana.
La decisión de la alcaldesa ha provocado diversas reacciones, entre las cuales destacan las declaraciones de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quien acusó a Rojo de la Vega de haber actuado ilegalmente, calificando su proceder como una muestra de “intolerancia tremenda”. En un tono que recuerda los métodos discursivos del castrismo —tendientes a deslegitimar a los críticos mediante alusiones personales—, la presidenta señaló que la alcaldesa había viajado recientemente a Cuba por vacaciones, lo que, en su opinión, ponía en duda su oposición al régimen. Esta afirmación ignora una realidad elemental: no todos quienes visitan la isla lo hacen por afinidad ideológica. Muchos lo hacen por interés académico, periodístico o humanitario, incluso para conocer o apoyar a la digna oposición interna que tanto la mandataria como sus aliados regionales, como Luiz Inácio Lula da Silva, han preferido ignorar por razones ideológicas.
Conviene aclarar que quien suscribe no es partidario, en términos generales, de la destrucción de estatuas ni de monumentos históricos. Con el paso del tiempo, he llegado a valorar la importancia simbólica que pueden tener estas representaciones, aun cuando generen lecturas divergentes. Los monumentos, por su carga histórica, pueden servir como punto de partida para la reflexión crítica y el diálogo sobre los acontecimientos que evocan.
En esa línea, rechazo también la remoción de estatuas dedicadas a figuras como Cristóbal Colón o a otros protagonistas del proceso de descubrimiento y conquista de América. Aunque es cierto que muchos de esos personajes incurrieron en abusos y crímenes, también es innegable que protagonizaron un choque civilizatorio cuyas consecuencias, tanto positivas como negativas, han moldeado profundamente el mundo moderno. Su legado, en suma, no puede reducirse a una lectura unívoca.
Esto, sin embargo, no puede aplicarse a figuras como Castro y Guevara, ni mucho menos a sus seguidores más radicales, responsables de la instauración de un régimen totalitario en Cuba y de intentos fallidos por extender ese modelo a otros países del continente. A diferencia de los conquistadores del siglo XVI, cuya obra ha sido sometida a siglos de análisis y reinterpretación, el legado de estos líderes revolucionarios contemporáneos se caracteriza por una violencia sistemática y por la negación de los valores fundamentales de la democracia liberal.
Desde esa perspectiva, sostengo que la construcción o remoción de estatuas debe estar sustentada en investigaciones rigurosas, libres de simpatías ideológicas, y enfocadas en determinar la verdadera contribución —o el daño— que una figura o su accionar ha generado a la humanidad.
Con base en ese criterio, considero legítima y acertada la decisión de retirar monumentos que glorifican a personajes como Castro y Guevara. En particular, apoyo la remoción de la estatua dedicada al “Che” en la ciudad de Santa Clara, Cuba. La afirmación de la alcaldesa Rojo de la Vega, pronunciada el lunes 21 de julio, es, en efecto, irrebatible: “Fidel Castro y el Che fueron asesinos. El asesino no es menos asesino si es de izquierda”.
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