Pedro Corzo

Identidades en caos

Académicos asilados que en realidad no han roto con el totalitarismo cubano

Identidades en caos
Pedro Corzo
08 de diciembre del 2025

 

Hace muchos años el escritor Stefan Zweig publicó un libro titulado “La confusión de los sentimientos”, algo que, a mi parecer, están padeciendo quienes de buena fe respaldaron el totalitarismo castrista. Principalmente algunos intelectuales, que al ver el cúmulo de fracasos que resultaron sus empeños, se han alejado y hasta roto con el sistema.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que algunas de estas personas en sus tal vez torturadas conciencias insisten en justificar el pasado no por el castrismo sino por ellos mismos. Y recurren, cuando intercambian ideas con individuos de pensamientos contrarios, a las gastadas consignas que usaron en sus tiempos cuando eran devotos servidores de una propuesta fracasada.

Estos creadores renegados no han roto meridianamente con el pasado, como hizo, entre otros, Alberto Álvarez, un académico con gran coraje intelectual que nunca deja de alertar sobre aquellos que siguen recurriendo a argumentos y propuestas marxistas o castristas. Álvarez, llama la atención sobre académicos supuestamente asilados que en realidad no han roto con el totalitarismo y siguen defendiendo, o al menos justificando, las fórmulas del castrismo. Estos “quedaditos”, usan sus conocimientos académicos para tener una vida a su gusto, esforzándose por tener un pie en la Isla sin sufrir los quebrantos del fracaso que ayudaron a edificar.

Hay que reconocer que por talentosos que puedan ser estos creadores fueron formados en una sociedad de crispación absoluta, condicionados a odiar y desacreditar a quienes no pensaran como ellos. La descalificación, el fusilamiento moral del adversario en base a la narrativa castrista, debe ser un lastre muy complicado para ser liberado; sin embargo, he conocido a varios intelectuales crecidos bajo el totalitarismo que lo han logrado. Por eso, para mí, Álvarez es un ejemplo, aunque no el único.

Es muy difícil respetar a sujetos que se mienten a sí mismos y pretenden hacerlo con los demás, actuando por oportunismo y no por convicción. Especialmente cuando al interior de Cuba, intelectuales, periodistas y creadores en general confrontan la autocracia sin temor a las consecuencias, a pesar de amenazas comprobadas de terminar con sus huesos en cualquier mazmorra.

Sin embargo, hay unos terceros que no debemos omitir. Individuos que por su conducta sufren también un severo ostracismo interno que los ha ido convirtiendo en “no personas” por asumir posiciones críticas. El sistema no les perdona su falta de incondicionalidad, sus cuestionamientos, por pálidos que sean, aunque, paradójicamente, varios de ellos, siguen creyendo en el socialismo a pesar del desastre que ayudaron a crear.

Algunas de estas personas sufren un síndrome similar al de los llamados “quedaditos”. Han roto con el sistema, pero no con su pasado. Cuando debaten defienden sus antaño quehaceres, más que a la propia tiranía, discutir con ellos es harto complicado porque intentan justificar sus actuaciones aludiendo que eran tiempos diferentes y hasta sugiriendo que el castrismo no era en principio nefasto, sino que se endureció en respuesta a quienes lo enfrentaron.

No cesan de relacionar a la oposición histórica y hasta sectores de la llamada disidencia con Estados Unidos y sus agencias de investigación; aun más, gustan identificar a su adversario con el mandatario en funciones, específicamente con los más conservadores y, por último, tienen un mantra predilecto, “el bloqueo”, aunque conocen que este no existe y que las limitaciones impuestas al pueblo cubano han sido instaladas por su propio gobierno.

El totalitarismo y sus defensores, abiertos o encubiertos, no cesan de recurrir a la descalificación de adversarios y enemigos, vinculando a quienes contrarían sus propuestas a potencias extranjeras o a intereses contrarios a la Patria, calificándolos de traidores.

Ese desprestigio no es casual, es parte del descrédito sistemático implementado por el sistema para restarle fuerza moral a quienes postulan propuestas contrarias a las oficiales.

A través de los años he conocido y compartido con algunas de estas personas que reconocen haberse equivocado y tuvieron el coraje de rectificar su rumbo combatiendo, al riesgo que fuera necesario, incluido la cárcel, la motivación de sus probables injusticias, el más notable de todos, Ricardo Bofill.

Confieso que admiro a esas personas, aunque no tanto como a aquellos que nunca se dejaron obnubilar por la utopía. Merecen respeto por su rectificación, pero más que todo, por su decisión de combatir a quien los convirtió en instrumentos de odio. A los que aún padecen la confusión les sugiero un profundo acto de contrición. Errar es humano y la justicia nos alcanzará a todos.

Pedro Corzo
08 de diciembre del 2025

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