LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
No solo economía, también política
Ensayando respuestas: ¿cómo hemos permitido que el país se paralice?
Una pregunta que siempre nos revolotea en la cabeza es, ¿cómo hemos permitido que el país empiece a paralizarse? Los criterios de la izquierda señalan que los malos vientos solo provienen de la crisis internacional no obstante que China sigue creciendo, Occidente se recupera y los precios de los minerales siguen altos en comparación a los de la última década. La otra explicación tiene que ver con la política, con la conducción del Estado.
El régimen humalista sufre de la misma bipolaridad del país: mala política y buena economía. Pero, en democracia, una mala política, tarde o temprano, envenenará a la buena economía. Y eso es lo que está sucediendo. La tramitología, por ejemplo, ha convertido el Perú en uno de los países más burocráticos de América Latina.
Si Toledo, García y Humala ganaron las elecciones despotricando del modelo neoliberal; si el presidente Humala sigue aquejado de terribles sentimientos de culpa que, en ocasiones, lo impulsan a machetear a la inversión privada; si el ministerio del Medio Ambiente está por allí agazapado como enemigo de la inversión privada en recursos naturales mientras el país se envenena con la basura y los desagües, ¿cómo no van a surgir el trámite y el procedimiento contra la inversión? ¿Cómo no va a emerger el “burócrata justiciero” que acogota al empresario y trata de ganarse alguito? El hecho de que una de las economías más libres de América Latina se haya convertido en una de las más burocráticas de la región, pues, solo se explica por la mala política.
El gran problema del presidente Humala es que no tiene otra alternativa más que jugar dentro de los marcos de la democracia y el mercado. Salirse de esos parámetros sería enfrentarse a una mayoría nacional que no está dispuesta a aceptar aventuras y ensayos, porque ya sufrió todos los horrores que enferman a algunos países de América Latina: autoritarismo, estatismo, hiperinflación. Pero moverse eficientemente en esos marcos implica producir un cambio radical en el estilo político y asumir los gestos de los líderes de cualquier democracia viable.
Cuando un gobierno enfrenta una peligrosa desaceleración económica, cuando la crisis de seguridad ciudadana invade los barrios de ricos y pobres, cuando la popularidad presidencial se desploma, lo natural es evitar las guerras innecesarias y convocar a todos los que sean posibles. Así sucede en algunos momentos de la guerra y así se practica la democracia. ¿Por qué razón esta administración tiene que sostener guerras políticas sin cuartel? Nadie lo entiende.
Si bien los errores cometidos por esta administración han configurado este escenario repleto de nubarrones, a diferencia de las dictaduras, la democracia tiene sus propios mecanismos de regeneración social y política mediante las elecciones y la alternancia en el poder. Si las cosas continúan así, el nacionalismo no tendrá ninguna posibilidad en el 2016. La crisis será tan grave que, inclusive, tendrá que colgarse del saco raído y maltratado de Alejandro Toledo.
Por los antecedentes políticos y las cifras económicas, por la luna de miel prolongada que le otorgó el país en reconocimiento al respeto a la institucionalidad y la economía libre, no obstante sus tradiciones estatistas y autoritarias, Humala estaba llamado a hacer el mejor gobierno de la historia republicana. Los antiguos historiadores griegos habrían dicho que era un hombre tocado por los hados, por la fortuna política, pero la pareja presidencial se envaneció. No fue capaz de delegar el poder en los especialistas como se suele hacer en las democracias y sistemas políticos longevos y la política se enrareció, se convirtió en una política no democrática y los resultados están sobre la mesa.
Sin embargo, en una sociedad abierta, nunca es tarde para rectificar. El cambio y la destrucción de lo viejo es la manera de avanzar. Ojalá este 28 de julio surja un Humala diferente, un Presidente humilde, capaz de reconocer errores. Y, como sabemos, la humildad es una de las armas más poderosas de la política.
Por Víctor Andrés Ponce
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