LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Reflexiones opositoras
Sobre la necesidad perentoria de una oposición política más proactiva
Un país democrático con relativa salud no solo se explica por un buen oficialismo sino también por una buena oposición. Hoy el Perú atraviesa una particular encrucijada, donde la desaceleración económica y el descrédito de los actores políticos e instituciones pueden conformar los ingredientes de un peligroso cóctel que amenace la continuidad de la libertad política y económica. El menor crecimiento significa menor resultado en la lucha contra la pobreza y resucita las momias ideológicas del estatismo y, ya sabemos que, en América Latina, el estatismo no se puede empaquetar sin autoritarismo. Así como democracia y mercado son las dos caras de la medalla de la libertad, el estatismo y el autoritarismo son las dos caras del pasado.
En la mayoría de los análisis y enfoques está quedando claro que la fuente principal de la desaceleración y de la potencial crisis de gobernabilidad que incuba el país proviene del Ejecutivo. Ni una sola gran inversión en minería, petróleo y energía (excepto el plan de mega concesiones con el Estado como contraparte que se acaba de la lanzar) y una situación política donde no es posible el diálogo, sino la confrontación y la exclusión del contrario, nos llevan a sostener que el gobierno sale reprobado. En un contexto de este tipo, las democracias fueron creadas para que la oposición se agrande y reoriente el país hacia una mejor ruta. Nadie sostiene que la oposición deba gobernar, sino que debe obligar al Ejecutivo a gobernar.
Si la oposición es capaz de poner en el centro de su agenda el problema de la desaceleración, la gobernabilidad y la continuidad democrática en el 2016, quizá haya iniciado ese proceso de rectificación que reclama la ciudadanía para volver a confiar en los actores y los llamados partidos políticos. Quizá el pesimismo que podría desatarse frente a la conducción gubernamental gestaría un optimismo en el recambio democrático del 2016, como sucede en cualquier democracia saludable.
A estas alturas para nadie es un secreto que el Ejecutivo se parece a un auto conducido por una pareja de adolescentes, que continúa en la ruta porque una mayoría política y social muy nítida así lo exige, pero que se sale de la carretera y traquetea por los límites de la autopista.
Una oposición que pone por delante un proyecto de país tiene la obligación de ayudar a que esa ruta continúe, incluso si recibe golpes y zancadillas de los adolescentes que manejan el auto, porque es su mandato democrático y porque corresponde a las mejores tradiciones políticas. El político del siglo XX del Perú, Víctor Raúl Haya de la Torre, de una u otra manera, evitó la guerra civil desarrollando las alianzas con Prado y Odría –sus peores enemigos-mientras el discurso izquierdista lo acusaba de “traidor y vendido”. Haya era un clásico, culto, leído, y fue capaz de sacrificar su llegada al poder para evitar la guerra civil. Ya los próximos Basadre escribirán.
Se necesita ese tipo de gestos y apuestas en la oposición. A los muchachos de Palacio que apedrean a medio mundo no se les puede responder con hondazos. Avanzar con ese espíritu implica abandonar el cálculo y el pragmatismo con que la oposición actúo en la reciente elección de la mesa directiva permitiendo que la adolescencia continuara creyendo en su adultez política. Implica también reconocer que se debe investigar y sancionar en el Legislativo, pero inhabilitar a un candidato en carrera sería abrir las puertas a una confrontación que se tragaría a la democracia y que alentaría a que el autoritarismo se lime los colmillos.
Si este es el gobierno del no gobierno, el Perú necesita hoy más que nunca de una oposición, necesita recordar el ejemplo de los grandes políticos del siglo XX que sacrificaban sus glorias personales para evitar derramamientos de sangre.
Por Víctor Andrés Ponce
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