LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
La Iglesia católica bajo ataque del progresismo
Cardenal Cipriani desmiente categóricamente denuncia de El País
Toda denuncia de abuso de menores convoca en cualquier ser humano de buena voluntad una ira que emerge desde lo más hondo de nuestro ser. Una denuncia en contra de un sacerdote sensibiliza en extremo. De allí que es necesario empezar esta reflexión señalando que la denuncia en contra del Cardenal Juan Luis Cipriani debe investigarse y aclararse por el bien de la sociedad, del pueblo católico y del honor del propio Cardenal.
Sin embargo, luego de leer la carta aclaratoria del Cardenal Cipriani al diario El País, yo le creo, no solo porque la misiva desvela hechos dolorosos, sino porque conozco y he seguido la trayectoria de un pastor de la Iglesia que lo ha entregado todo a su feligresía. En su misiva Cipriani señala que hubo una denuncia anónima el 2018 sobre un supuesto suceso acaecido en 1983. Sobre la base de esa denuncia en el 2019 la jerarquía eclesial le informó que se le habían impuestos restricciones a su ministerio sacerdotal, se le pidió que residiera fuera del país y que guardara silencio. Y así lo hizo.
Sin embargo, Cipriani también aclara que el 4 de enero del 2020 tuvo una audiencia con el papa Francisco y luego de esa junta la máxima autoridad de la Iglesia le permitió reanudar sus tareas pastorales. Luego Cipriani vivió en Roma cumpliendo funciones en la Iglesia hasta que se retiró a los 80 años para vivir en Madrid.
Sin embargo, este proceso silencioso, reservado en la Santa Sede, se filtró a manos de la burocracia progresista del Vaticano con el objeto de publicar medias verdades, tal como se reseña en el artículo del diario El País, el mismo diario que utilizó al cardenal Castillo Castillo para despacharse con un feroz artículo contra la derecha católica nacional y sentar una especie de manifiesto progresista.
Como yo le creo a Cipriani me atrevo a señalar que no es la primera vez que el Cardenal más nítido de la derecha latinoamericana padece este tipo de ataques. Allí están las cartas falsas que un político llevó al Vaticano. Sin embargo, ¿por qué hoy se reactualiza una denuncia anónima del 2018 sobre un hecho de 1983 y que fue tramitada por el papa Francisco en el 2020? La respuesta es simple: un reciente ataque a la figura de la Virgen María dejó en claro que, en el Perú, la abrumadora mayoría es católica y está dispuesta a marchar en defensa de su fe. El Perú no es París, en donde las parodias de imágenes del catolicismo en la inauguración de Las Olimpiadas desataron sentimientos encontrados.
Asimismo, se reactualiza un caso cerrado en el Vaticano por el propio Santo Padre en el preciso momento en que el Cardenal Castillo, nítido representante del progresismo en la Iglesia, perdió la presidencia de la Conferencia Episcopal por haber tenido una posición equidistante entre la defensa de la Virgen y una imagen que blasfema de la figura sagrada en la obra llamada “María Maricón”.
Igualmente se resucita un caso cerrado en el Vaticano en donde queda absolutamente claro que el Perú es uno de los mayores pueblos católicos del planeta y, de una u otra manera, se pretende quebrar la moral de los creyentes con este tipo de acontecimientos. La cristiandad es una de las mayores explicaciones filosóficas de que en Occidente se alcanzaron los mayores espacios de libertades políticas y económicas y el progresismo y el neocomunismo se lanzan desesperadamente a minar las tradiciones católicas en el país, uno de los muros más poderosos contra el antisistema.
En la teología cristiana se preguntan por qué a veces Dios permite que se extienda el mal y la respuesta siempre es para que emerja el bien, la bondad. Quizá es hora de que los católicos peruanos defiendan su Iglesia con uñas y dientes. El papa Juan Pablo II y los católicos polacos derrotaron al comunismo a punta de oraciones. Los católicos nacionales deben multiplicar sus oraciones en la casa del cardenal Castillo y, como en Polonia, los católicos deben tomar calles y plazas para orar a viva voz.
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