Los despropósitos progresistas, la multiculturalidad y el Estado de derecho

El ministro de Educación, Morgan Quero se ha metido en graves problemas por señalar que la violación de niños entre la etnia awajún es “una práctica cultural”, sin establecer las condenas inapelables y convocar a la movilización de policías, fiscales y jueces para detener y procesar a los agresores. Pero no solo fue el titular de Educación. Algo parecido sostuvo la ministra de la Mujer, Ángela Fernández.

Si bien el ministro Quero, en una última opinión a través de las redes, ha condenado enérgicamente las agresiones a los niños, es evidente que de ninguna manera debería seguir al frente del sector Educación. Sin embargo, surge una pregunta incuestionable: ¿Qué impulsó a Quero a declarar semejante despropósito? ¿Cómo explicar semejante patinada que lo ha desubicado en la política?

De alguna manera todos saben que Quero es un progresista entre los ministros de Boluarte, y de allí la caída de espalda del titular de Educación. Y la única explicación de semejante yerro es la ideología, es el progresismo, que en las sociedades occidentales se está convirtiendo en una nueva religión y comienza a desatar fundamentalismos y cancelaciones que asemejan a una revolución cultural planetaria.

El multiculturalismo progresista busca reemplazar al Estado nación, a la propia idea de nación, por una suma de diversidades e identidades, en donde el Estado de derecho es algo relativo. Ese multiculturalismo también se expresa en los proyectos de repúblicas plurinacionales y con equidades de género de los bolivarianos y, de alguna manera, es el espacio en que convergen progresistas y colectivistas ortodoxos.

De allí que cuando existe la necesidad de condenar las violaciones de niños de acuerdo a nuestra legislación y nuestro Estado de derecho, de allí que cuando existe la urgencia de invocar el principio judeocristiano acerca de que “nadie toca a los niños de Dios”, surja el despropósito y se hable de “una práctica cultural”.

Los fundamentalismos estupidizan a los hombres. En Lima, por ejemplo, el animalismo ha llevado que los parques de los distritos mesocráticos hoy le pertenezcan a los perros y mascotas, mientras los pocos niños de las familias se quedan encerrados en las casas. Pero a veces hay integración y dentro de los parques se construyen cuadriláteros con juegos para los niños, pero del mismo tamaño que los cuadriláteros para las mascotas. El progresismo ha humanizado a los animales y ha animalizado a los hombres. De allí los debates sobre el aborto y la eutanasia.

En algunos lugares el sueño de una sociedad verde y bucólica, al margen de que por estos lares no haya existido una sola revolución industrial, lleva a construir ciclovías que a veces nadie utiliza. Y, de pronto, los sufridos pasajeros de micros y combis –de una sociedad sin metros extendidos– que utilizan dos horas para llegar a sus casas tienen que demorarse una hora más. Tres horas para llegar a casa por la ecología.

El progresismo pretende hacer una reingeniería de la sociedad al margen de las realidades concretas y las evoluciones históricas. Cree que la planificación racional de la natalidad, de las familias, de los sistemas de propiedad, de los mercados, de los lenguajes, de los sistemas republicanos, pueden construir una sociedad perfecta, en libertad y en armonía con el medio ambiente de la tierra, que respira al igual que las mascotas de los parques.

Sin embargo, todas las planificaciones racionales en las pizarras solo han organizado océanos de sangre y han multiplicado cementerios de aquí para allá, porque siempre han ido en contra de la naturaleza humana.