Democracia y burguesía

Cómo los argumentos contra la inversión se parecen a los de la Guerra Fría

Los debates sobre la importancia de la economía se han convertido en uno de los temas centrales del nuevo Perú, una importancia que, no obstante la evidente desaceleración del crecimiento, tiene que ver con los éxitos económicos y el desastre de la vida pública. Pero esa economía que hoy tanto interesa ha adquirido relevancia con la desregulación económica y la economía de mercado.

Ahora bien, ¿en qué consiste esa trascendencia? No solo tiene que ver con los hechos macizos de haber reducido la pobreza y la desigualdad como nunca antes en nuestra historia, sino con que, a pesar de la ausencia de partidos democráticos y la fragilidad institucional, la democracia ha adquirido una continuidad que solo se conoció en la llamada República Aristocrática. Ya se suceden tres gobiernos constitucionales y avanzamos hacia otro proceso electoral nacional, y se mantienen las libertades básicas de una democracia occidental.

En los grandes debates sociológicos del mundo libre siempre se consideró que la democracia y la libertad no podían prosperar sin una burguesía y una economía capitalista poderosas. O para simplificar, la democracia no podía prosperar si en una determinada sociedad el sector privado no era el sector mayoritario de la economía. ¿En qué país donde la actividad económica estatal es la preponderante ha prosperado la democracia?

Los sistemas soviéticos, los populismos y estatismos latinoamericanos y las teocracias islámicas son las únicas sociedades en las que el sector privado es casi inexistente. Evidentemente no son democracias. Hay, sin embargo, otros autoritarismos, como China y Vietnam,  privatizan a todo trapo y avanzan a crear los sectores privados más poderosos del planeta.

La defensa de la economía de mercado no tiene que ver con la defensa de un “poder fáctico” que controla el Estado peruano, como sostiene la izquierda, sino con la defensa de una sociedad abierta y libre. La cosa es clarísima: sin un empresariado pujante, que cada año acrecienta la tasa de inversión, no solo no hay reducción de la pobreza y la desigualdad, sino que también se hiere de muerte a la democracia y a las libertades.

De allí, por ejemplo, que los proyectos estatistas bolivarianos en América Latina, que nacieron mediante el sufragio, tuvieron que asfixiar a sus respectivos sectores privados mediante nacionalizaciones y regulaciones, para poder consolidar la propuesta autoritaria.

Cuando en el Perú contemplamos el arsenal ideológico de quienes en el fondo pretenden cambiar el modelo económico, inmediatamente habría que preguntarles por su concepción de democracia y sociedad. El fuego graneado que se lanza contra la inversión en recursos naturales apunta en esa perspectiva, porque el sector privado en esos sectores es una especie de vena aorta que bombea riqueza al conjunto de la sociedad y que permite todas las combinaciones económicas complejas que el mundo llama el milagro económico peruano.

Es sorprendente observar cómo se ataca a las empresas en minería, petróleo, energía y otros con todo tipo de argumentos. En economía se dice que son las responsables de haber “reprimarizado” la estructura productiva. En ecología se dice que son las peores enemigas de nuestros bosques y ríos. Y los intentos de demonizar continúan.

El debate, pues, no es entre defensores del mercado y campeones del estado. En realidad el debate es entre la apuesta por una sociedad liberal, abierta, y otra regulada y controlada. Si desvelamos las costuras nos percataremos de que los argumentos contra la libertad económica se parecen demasiado a los que se usaban contra las democracias durante la Guerra Fría.

Por Víctor Andrés Ponce