La necesaria reelección indefinida de los congresistas

La comisión de Constitución del Congreso acaba de aprobar un dictamen que establece el regreso del Senado y el sistema bicameral, y ha desatado las más diversas respuestas a favor y en contra. Desde este portal habría que decir que el sistema bicameral, a través de las grandes experiencias republicanas, ha demostrado que es el mejor armazón institucional para absorber el choque político de las facciones y también para equilibrar las relaciones entre Ejecutivo y Legislativo.

Claro está que no hay sistema viable si es que los actores políticos convierten a las instituciones en campos de batalla por el control político con el objeto de arrinconar o eliminar a los adversarios. Sistemas bicamerales fallidos los tenemos muy cerca: el fracaso de Chile que desembocó en la Convención Constituyente y la “latinoamericanización” de la democracia española con el gobierno del PSOE y Podemos. 

Sin embargo, los sistemas republicanos en Inglaterra (en su versión de monarquía constitucional) y Estados Unidos, los más longevos del mundo moderno, demuestran la importancia de la bicameralidad. Si bien la república en Roma, que duró más de 450 años, es el mayor ejemplo de continuidad institucional en la historia de las sociedades, solo tenía un Senado aristocrático, el veto de los tribunos del pueblo a las leyes, le otorgaba los mismos contrapesos de la bicameralidad.

Por todas estas consideraciones, discutir el asunto con criterios populistas –es decir, con argumentos acerca de que un Senado implicará más gastos o que el Congreso no es un poder constituyente (¿qué se pretende una asamblea constituyente?)– es rebajar los términos del debate. La libertad y la democracia no solo cuestan dinero, sino infinitas cosas más.

Quizá el país puede empezar a discutir sobre el regreso del Senado porque el sistema republicano permanece en cuidados intensivos luego del referendo de Vizcarra, del cierre inconstitucional del Congreso y el golpe de masas contra Manuel Merino, procesos que desembocaron en el encumbramiento de Pedro Castillo y la actual tragedia nacional que destruye al Perú. 

Y todos estos capítulos tremebundos de la historia de la democracia peruana estuvieron ligados a la disyuntiva entre la vacancia del jefe de Estado y disolución del Congreso, una disyuntiva derivada del sistema unicameral.

Que se inicie, entonces, el debate sobre un tema capital para la libertad. Sin embargo, desde aquí queremos llamar la atención sobre un grave yerro en el dictamen de la comisión de Constitución: la posibilidad de que los parlamentarios solo puedan reelegirse una vez. Aprobar las cosas en esos términos sería echar por la borda el momento histórico.

La reelección indefinida posibilita que los buenos políticos –con buenas propuestas, capacidades intelectuales y demostrada honradez– sean elegidos hasta el final de sus días. Es decir, posibilita que surja una clase política con autoridad moral; o en otras palabras, permite el surgimiento de hombres públicos con virtudes, que sacrifican intereses propios y legítimos por el bien común de la república. La historia del republicanismo está llena de ejemplos de sacrificios personales, incluso, de la propia vida.

Si al sistema de reelección indefinida de diputados y senadores le agregamos una reforma del sistema electoral adecuada, que haga posible representar de mejor manera a las provincias (distritos más pequeños) y la nación en general, entonces estaremos construyendo los mejores caminos.

Una de las razones por las cuales el Perú eligió al peor candidato que se presentó a la segunda vuelta pasada es por la falta de políticos, por la falta de una élite que contrarrestara los relatos y fábulas del progresismo y el colectivismo. No permitamos entonces que las argumentaciones populistas, trasladadas al debate constitucional e histórico, rebajen el vuelo que demanda el terrible momento que enfrenta el sistema republicano.