La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Nuevo Perú emergente no se siente expresado por el espacio público oficial
A dos semanas de las elecciones subnacionales, las encuestas, de una u otra manera, señalan que las colisiones entre el Perú formal y el Perú real continúan y se agravan en intensidad. En Lima, la avalancha electoral a favor de Luis Castañeda revela una marcada división del voto entre los sectores populares de la nueva Lima emergente, que se levanta en los conos y los arenales, y la Lima tradicional. La polarización electoral en la capital es tan intensa que, en vez de convertir el resultado electoral en nuevo momento para la ciudad, podría significar un nuevo capítulo de enfrentamiento.
No obstante que el presidente de la región de Cajamarca, Gregorio Santos, está detenido y procesado por delitos documentados, los sondeos señalan que podría ganar los comicios de esa región. El voto a favor de Santos es un terrible mensaje: el abandono del Estado, de los partidos políticos y el Perú oficial es de tal magnitud que, en Cajamarca, solo han quedado frente a frente las empresas que invierten en recursos naturales y las comunidades y localidades. No hay Estado, no hay ley, no hay política. De ese abandono se aprovecha el radicalismo para desarrollar un discurso contra la democracia y el mercado. De ese mismo abandono se nutre el discurso antiminero que ha paralizado un proyecto emblemático como Conga.
En Puno las encuestas señalan que podría ganar Walter Aduviri, quien encabeza un discurso anti estatal con claras connotaciones anti sistema. Una de las regiones donde la economía de mercado informal es quizá una de las más extendidas, otra vez, podría caer bajo la influencia de un discurso radical.
Si consideramos estos posibles resultados, salvando las diferencias y distancias entre Lima y provincias, se halla una constante: el Estado, los partidos y el Perú oficial se han distanciado más del Perú real, de ese país que bulle en los conos de Lima y las provincias. Hasta el clásico centralismo limeño se ha vuelto más excluyente y en la propia Lima vemos hoy distancias enormes.
Paradójicamente son las grandes empresas las que están más cerca de la gente, las comunidades y localidades, pero ya sabemos por historia y experiencia que no hay mercado sin estado, que no hay grandes emprendimientos sin autoridad. La inversión privada y el crecimiento no solo han reducido la pobreza como nunca en la historia, también han incrementado las diferencias sociales dentro de las propias provincias. Muchas regiones y municipios han llenado sus cajas con dinero del canon, pero la obra pública no llega. Todo esto genera la fórmula para el descontento contra el Estado, un descontento que es manipulado por radicalismos de diverso pelaje para apuntar contra el mercado y la democracia.
El Perú debe extraer las lecciones sobre la distancia de estos dos países. Las sociedades emergentes que han prosperado con el crecimiento de los últimos 25 años no se sienten representadas por el espacio público oficial. Y estas sociedades han crecido considerando a la autoridad estatal como el enemigo que ahorca sus economías con una frondosa burocracia y una autoridad tributaria confiscatoria. De allí que cuando el radicalismo ataca al Estado, a veces es escuchado y tiene predicamento. Pero ese mismo radicalismo, por su raíz colectivista, también está imposibilitado de expresar a las economías regionales donde bullen los mercados populares y se busca engancharse con los beneficios del crecimiento.
Es hora, pues, de acercar a los dos países, pero para hacerlo tenemos que invertir las lógicas. No se puede acortar distancias si se mira las cosas de arriba hacia abajo. Hay que mirar de abajo hacia arriba para hallar soluciones.
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