Hugo Neira

Vargas Llosa en Tahití (III)

Sobre cómo se construyó la novela “El paraíso en la otra esquina”

Vargas Llosa en Tahití (III)
Hugo Neira
09 de junio del 2025

 

Estábamos, pues, en que no tiene sentido alguno, salvo la vanidad erudita de una tipología. ¿Valdrá la pena? ¿Qué sentido tiene interrogarse por lo que tienen en común la Justine de Sade, los Bildungsroman de la Viena fin de siglo y la novelística latinoamericana? Sin duda cambian los personajes, el contexto social, los problemas morales, las estrategias narrativas, y el pacto mismo de verdad e invención entre el narrador y el lector. Todo, salvo que sabemos, a ciencia cierta, que cada ser humano con un libro en las manos tiene un diálogo que sabe que no es cierto, pero como si lo fuera. Y todo lo que les pide a las páginas de un relato es que ellas lo saquen un poco de este mundo y lo vuelvan a meter en el mismo, con un poco más de sapiencia. Todo lector sabe que la ficción literaria es una transposición muy elaborada y estética del mundo real. En fin, hubo un tiempo en que a novelas y novelistas se les atribuía una misión trascendente y política, en estos tiempos eso ha casi desaparecido, si se lee es para otros menesteres. Acaso por la experiencia de libertad del escritor. La novela es, en efecto, el género de independencia narrativa de la modernidad, por los mismos años, con Cervantes y con Montaigne. Gente sin iglesias ni corporaciones, solos ante su conciencia, ambos escépticos, ambos irónicos, compadecidos de la pobre humanidad. Lo dejo ahí, algún día volveré sobre el asunto.

En suma, esta novela de Mario Vargas Llosa hay que situarla en un contexto mayor que el de la literatura en castellano. Se lanza cuando hay una discusión muy intensa y variada entre muchos novelistas de reconocida fama mundial sobre el destino mismo del género. Estoy pensando en lo dicho por el novelista V. S. Naipul, premio Nobel de Literatura, acerca de la muerte de la novela, o por Salman Rushdie, el hindú de Hijos de la medianoche, que no se suma a los actos fúnebres que entierran el género, no es la primera vez que se dice ese tipo de cosas. El crítico George Steiner, entre uno y otro, recordaba ante un público de editores británicos que la frase "nunca leo novelas", era común en 1936 y eso lo informa George Orwell. Los novelistas son propensos a la hipocondría —a lo psicosomático, me corrigen— o sea, nunca se sabe qué destino pueda tener una obra. Y, en efecto, cuando salió Madame Bovary los diarios franceses dijeron que Flaubert no sabía escribir, y la Moby Dick hizo reír a sus primeros lectores antes de volverse una de las piezas maestras de todos los tiempos, pero sus contemporáneos sólo vieron en el marino Ahab y su obsesionada persecución de una mítica ballena blanca, un vulgar capitán. Pero hoy se dice "nadie ha estado más cerca de la Biblia y de Hegel por la búsqueda del Absoluto". Cambian los criterios sobre lo que es relato, acaso más que la novela misma. ¿Y ellos deben seguirlos?

Escuché a Vargas Llosa en Papeete defender la novela, no por cierto la suya, el género, ante los pronósticos de su desaparición. Fue ese el tema central de su discurso en el honoris causa. No sé si Mario ha publicado en castellano ese texto. Me limitaré a reducirlo a sus líneas principales. "Me propongo, dijo, avanzar algunos argumentos contra la idea de la literatura, y en especial la novela, concebida como un pasatiempo de lujo. Mis argumentos, por el contrario, permitirán considerarla como una de las actividades del espíritu, entre las más estimulantes y enriquecedoras, una actividad irremplazable para la formación de los ciudadanos en una sociedad moderna y democrática, con individuos libres". Al parecer, se había cruzado con el mismísimo Bill Gates en el local de la Real Academia Española de la Lengua a donde fue el creador de Microsoft, pronto la enorme revolución de la comunicación haría desaparecer el libro en beneficio de las pantallas de las computadoras. "Vino a decirnos", exclamó Vargas Llosa muy indignado ante un público a medias francés y a medias tahitiano, "que pronto nos dejaría a todos los 'escribidores' del planeta en paro técnico". El público, lo recuerdo, se echó a reír y rompió a aplaudir.

En realidad, el brutal pronóstico de Bill Gates se parece a los que, en otras ocasiones, ante cada innovación en la cultura de masas, han anunciado, sucesivamente, ante la aparición del cine la muerte del teatro, ante la aparición del video la muerte del cine, ante los discos compactos la muerte de los conciertos, ante el culto al home o el hogar con excelentes aparatos electrodomésticos, la muerte de cafés, restaurantes y salidas a la ciudad. Pero ¿qué es lo que vemos? Los objetos no se desplazan entre sí, conviven teatro, cine, ópera, conciertos, videos, CDs, restaurantes, cafés y televisores con pantallas cada vez más grandes. Igual la gente sigue saliendo, acaso combinando intimidad y multitud. Porque somos ambas cosas, animales a ratos solitarios y a ratos gregarios. Mario, sin embargo, ha lanzado una historia un poco distinta a las otras. ¿En qué consiste su novedad? Tantas líneas para llegar a esta propuesta final. Una novela de aventuras. ¿No lo fue la existencia de Flora Tristán y la de Paul Gauguin? ¿No hallaron a su manera, no sólo el paraíso, sino varios, diferentes, los falansterios comunitarios de la Paria y la dorada piel de sus vahines el libidinoso Paul?

Los paraísos existen, pero a veces son tan letales como el infierno. No son la humana convivencia, con sus placeres lentos como los viejos vinos, como los buenos libros, como este que nos ha dado Vargas Llosa. Hilado admirablemente entre investigaciones, viajes y una narrativa en la que de vez en cuando, aparece la voz del narrador. Un profesor de literatura, en el café Haití de Lima, objetaba el procedimiento: varias intrigas que corren paralelas, un personaje extraño, venido de ningún lado, que se inmiscuye en la historia, que inquiere, apostrofa, pregunta. ¿Por qué no? El arte de la novela es su irrestricta libertad. Una voz que viene del Paraíso, acaso el único que exista, el de la lectura.

 “Vargas Llosa en Tahití. Investigar, viajar, escribir”. En: Libros & Artes, Revista de cultura de la Biblioteca Nacional del Perú, N°5, julio 2003, pp. 14-17.

Hugo Neira
09 de junio del 2025

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